La Línea de Fuego

‘La parábola del sembrador’ o por qué hay que leer a más mujeres que escriben ciencia ficción

Ayer acabé La parábola del sembrador, un título de Octavia E. Butler que Capitán Swing ha rescatado maravillosamente, con prólogo de Gloria Steinem. Cuando se publicó en 1993 los años 20 del siglo XXI parecían muy lejanos. Hoy son el presente y, en concreto los años entre 2024 y 2027, que son en los que transcurre la novela, son pasado mañana.

Butler nos presenta un futuro, para nosotras muy cercano, en el que el capitalismo más exacerbado ha ganado la partida, donde una crisis económica, política y medioambiental feroz ha acabado con la sociedad tal y como la conocemos. En el Estados Unidos del 2024 reina el caos, la escasez de agua y alimentos, la rapiña, las violaciones y el abuso de una droga que hace que quien la consume queme cosas impulsivamente (con cosas también quiero decir a personas) por el mero placer de ver arder.

Y en medio de este panorama se encuentra Lauren Olamina, la protagonista, una chica de 16 años que sufre de hiperempatía: puede sentir absolutamente todo lo que siente la gente que está a su alrededor, hasta el punto de sangrar si ve a alguien sangrando. Lauren crece en una familia de padre negro, madrastra latina y hermanos mestizos; en un barrio del sur estadounidense apacible pero a la vez poco seguro e incierto en el que su padre es el pastor baptista y donde la mayoría buscan huir hacia un lugar mejor al norte.

Una distopía donde lo racial es esencial

Y es que el tema racial en la obra de Octavia E. Butler es esencial. Ella misma nació en un vecindario multirracial y en una familia de fuerte creencias baptistas. Su madre trabajaba como criada para los blancos después de la muerte de su padre.

Ella misma se definía como “una cómoda ermitaña asocial en medio del pesimismo de Seattle, y si no tengo cuidado, una feminista, una negra, y por último, baptista, con una combinación imposible de ambición, pereza, inseguridad, certidumbre e impulso espontáneo”. Y así La parábola del sembrador.

Butler construye una distopía en la que se establecen claros paralelismos de la huida de los esclavos del sur hacia el norte en el siglo XIX e incluso se hace referencia a lo que llamaron el Ferrocarril Subterráneo. La autora describe un futuro en el que, más que avanzar, hemos retrocedido, donde las personas son una mera mercancía con la que los ricos comercian a su antojo y donde encontrar trabajo a cambio de dinero es prácticamente imposible.

La comunidad como salvación

En este contexto, Lauren idea una religión. Más que idearla, llega a ella. A través de sus palabras comprendemos qué necesario es aferrarse a esa idea y la importancia de crear comunidad para enfrentar la deshumanización y la crueldad, para tener una mínima esperanza de sobrevivir.

Si les preguntas a siete personas distintas qué significa todo esto, se obtendrán siete respuestas distintas. Así pues, ¿qué es Dios? ¿Solo otro nombre para aquello que te hace sentir especial y protegido?”

Durante toda la novela, los capítulos comienzan con unos versículos que la propia protagonista escribe sobre su creencia, Semilla Terrestre, que se basa fundamentalmente en que Dios es cambio como una verdad absoluta, ya que el cambio es constante y que absolutamente todo (objetos, personas, pensamientos, ideas…) cambian en algún sentido a lo largo del tiempo.

Pero además de el cambio está la característica de la hiperempatía de Lauren. “Si todo el mundo pudiera sentir el dolor de los demás, ¿quién torturaría?”. Durante su periplo de huida, Lauren mata porque no le queda más remedio. Mata para sobrevivir, pero también siente el dolor y la agonía de quien muere bajo sus manos. Es por eso también que ayuda y crea una pequeña comunidad para poder protegerse y como única posibilidad de salvarse en el camino.

La ciencia ficción tiene nombre de mujer

Probablemente cada vez que pensamos en el término ciencia ficción pensamos también en nombres masculinos que la firman. H.G. Wells, Ray Bradbury, Aldoux Huxley, Orson Welles, Isaac Asimov. A muy pocas se nos vienen a la cabeza nombres de autoras como Alice B. sheldon (que firmaba sus libros como James Tiptree Jr y de la que dijeron que era imposible que fuese una mujer porque en sus escritos había algo indudablemente masculino), Úrsula K. Le Guin, Mary Shelley o la propia Octavia Butler.

Y es que la ciencia ficción también tiene nombre de mujer. Y hablamos de una ciencia ficción distinta cuando la firma una mujer, una ciencia ficción más humana, que nos lleva a otros puntos que quisiéramos que fuesen ficción pero no lo es tanto. Donde se habla de estrellas, de galaxias lejanas, de monstruos y lugares desconocidos, pero también de lugares comunes. En un momento de La parábola del sembrador, Lauren está preparando su mochila para la huida. Entre sus cosas incluye tampones. Algo tan natural, tan sencillo, tan común para nosotras que a ningún hombre se le habría ocurrido incluirlo entre sus palabras.

Habla también de sentimientos. “Me gusta mucho Curtis Talcott. A lo mejor es lo que quiero. A veces, me parece que sí. Él dice que me quiere. Pero, si lo único a lo que pudiera aspirar fuera a casarme con él, a tener hijos y a ser cada vez más pobre, creo que me suicidaría”, escribe la protagonista en su diario.

Dice Irene Vallejo en Manifiesto por la lectura (Siruela, 2021) que “desde la Ilíada reconstruimos mentalmente épocas pretéritas, escuchando las voces de otros milenios. Puede que las palabras impresas no sean sino fantasmas de voces o sobras de mentes, pero nos importan. Amplían nuestro corto tránsito vital, porque quien lee añade a su vida las vidas de todas las épocas, y así miles de años de conocimiento se funden con el suyo. El tiempo de cada lector se alarga por la confluencia entre la realidad tangible y el pasado reconstruido. La máquina del tiempo existe: son los libros”.

Yo añadiría que los libros también nos hacen encontrarnos, crear esa comunidad de la que habla la Semilla Terrestre de esta parábola del sembrador, vernos en las palabras de otras, en los futuros de otras que todavía están por llegar.