La Línea de Fuego

Mujeres en pantalla hablando de algo que no sea un hombre: qué es el test de Bechdel y por qué se nos ha quedado corto

Por Laura Sanz-Cruzado

The Rule (Dykes to Watch Out For, Alison Bechdel, 1985). dykestowatchoutfor.com

Pongámonos en situación. Estás viendo una película o una serie y se te ocurre hacerte estas tres preguntas: ¿hay al menos dos mujeres en la historia?, ¿hablan entre ellas?, ¿su conversación va de algo que no sea un hombre?

Si las tres respuestas son un sí —algo no tan habitual como puede parecer en un principio—, entonces la cinta aprueba el llamado test de Bechdel y se le presupone que cumple unos mínimos a la hora de mostrar (de manera más o menos acertada) a personajes audiovisuales femeninos que van más allá de ser meros accesorios del protagonista masculino de turno.

Superar el test no parece tan difícil. Son tres requisitos aparentemente sencillos. Pero lo cierto es que muchas películas no lo consiguen o, si lo hacen, es por los pelos. Según la web colaborativa bechdeltest.com, donde los usuarios han analizado ya un total de 8.892 películas de entre los años 1888 y 2021, el 42 % lo suspenden. En 2019, por ejemplo, filmes como 1917 (Sam Mendes), Ad Astra (James Gray) o El irlandés (Martin Scorsese) no pasaron el test. Y a lo largo de la historia del cine películas tan emblemáticas como Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958), Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977) o Toy Story (John Lasseter, 1995), tampoco. En cambio, si aplicásemos el test al revés (al menos dos hombres que hablen entre ellos de algo que no sea una mujer), comprobaríamos que prácticamente todas las películas del universo lo cumplen sin ninguna dificultad.

Aunque el porcentaje de películas que pasa la prueba no parece demasiado alentador, la cosa mejora bastante cuando entre los guionistas hay al menos una mujer y aún más cuando el equipo de guion está integrado exclusivamente por mujeres. Y si el filme está dirigido por una mujer hay muchas probabilidades de que la película obtenga los tres síes sin problema. Lo comprobaron en este experimento de la web Polygraph y también en este reportaje de Eldiario.es: cuando todos los guionistas son hombres, suspenden entre el 49 % y el 53 % de las películas; cuando hay al menos una guionista, entre el 38 % y el 40 %; y cuando todas son mujeres, ninguna falla, todas aprueban.

“Está demostrado que cuando hay mujeres en el equipo las miradas sobre el mundo son distintas y eso repercute en los relatos”, opina Sonia Herrera Sánchez, especialista en cine y estudios feministas. La razón es simple. Habitualmente se escribe sobre lo que se conoce, interesa o preocupa e instintivamente se hace desde una óptica personal. La mayoría de cineastas (directores, guionistas y productores) son hombres y, por tanto, no es extraño que su cine refleje muchos más personajes, temas y perspectivas masculinas que femeninas.

¿De dónde sale el test de Bechdel?

El test se llama así por la caricaturista estadounidense Alison Bechdel (Pensilvania, 1960). En su tira cómica de 1985 The Rule (La regla), de la serie Dykes to Watch Out For (traducida en España como Unas bollos de cuidado), una amiga de la protagonista menciona que solo ve películas que cumplan las tres exigencias mencionadas. Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) es la última que pudo ver (las dos únicas mujeres que aparecen en ella hablan del bicho).

La fórmula de las tres preguntas es la más extendida, pero hay quienes añaden dos condiciones más: que sepamos cómo se llaman las dos mujeres y que la conversación no sea sobre relaciones familiares. Así que si nos ponemos exigentes, no nos valdrían dos hermanas hablando de su madre o dos amigas a las que el guionista ni siquiera ha puesto nombre.

La propia Bechdel cuenta que la idea surgió en parte gracias a Una habitación propia, el ensayo clave del feminismo que Virginia Woolf escribió en 1929. Woolf critica que en la mayor parte de la literatura de ficción los personajes femeninos solo están ahí si tienen un vínculo con uno de los personajes masculinos de la obra y que su mayor o menor importancia deriva justamente de ese vínculo. “Casi sin excepción se les muestra debido a la relación que tienen con los hombres. Era extraño pensar que todas las grandes mujeres de ficción fueran, hasta el día de Jane Austen, vistas no solo desde el otro sexo, sino también únicamente en su relación con el otro sexo. Y qué pequeña es esa parte en la vida de una mujer”, decía la escritora.

Esta prueba tan sencilla, que nació sin ninguna pretensión o vocación académica, comenzó a popularizarse entre la comunidad feminista y los críticos de cine hasta tal punto que en 2013 el Instituto Sueco de Cine empezó a utilizarla para conceder a una película la calificación que acredita que promueve la igualdad de género. Si la cinta quería obtener una puntuación A, como se denomina a esta calificación, debía superar el test. La decisión fue aplaudida por quienes creen que, pese a su simpleza, el test de Bechdel funciona como llamada de atención sobre la falta de personajes, historias y perspectivas femeninas en el cine, y criticada por quienes opinan que muchas películas que sí pasan la prueba no profundizan en los personajes femeninos y no ayudan en absoluto a fomentar una sociedad más igualitaria.

Vale, el test no es perfecto

Es ahí donde se centran la mayoría de críticas al test, que sostienen que, aunque puede servirnos para cuantificar la presencia femenina en el panorama audiovisual y hacer una primera reflexión sobre qué tipo de mujeres aparecen en pantalla, no es ni mucho menos la prueba definitiva para evaluar la representación de las mujeres en el cine. El principal problema es que no sirve para analizar aspectos importantes de los personajes femeninos, como su importancia en la historia, si están bien construidos o si en realidad responden a estereotipos machistas. El test solo tiene en cuenta cuántas mujeres hay y de qué hablan, no cómo son o qué papel desempeñan en la trama.

Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) es un buen ejemplo de esto. En principio no aprobaría nunca el test, pero en un momento de la película dos personajes femeninos secundarios —Jody (Rosanna Arquette) y Trudi (Bronagh Gallagher)— tienen una breve conversación sobre piercings, lo que hace que automáticamente la cinta engrose la lista Bechdel (no obstante, en la web colaborativa hay un pequeño debate sobre si la charla pasa momentáneamente a ser sobre hombres cuando Jody menciona una felación como respuesta a una pregunta de Vincent Vega —John Travolta— interrumpiendo a las dos mujeres).

“El test Bechdel es algo muy básico, muy cuantitativo y obviamente no sirve para hacer análisis profundos. Es un hecho que se ha quedado anticuado, pero como introducción, como punto de partida sigue teniendo utilidad para dejar en evidencia el machismo imperante en el cine”, sostiene Sonia Herrera Sánchez. De manera similar opina la historiadora, profesora, crítica de cine y escritora María Castejón Leorza: “El test puede ser útil para una primera toma de contacto, pero evidentemente se ha quedado desfasado y resulta completamente insuficiente, además de muy tendencioso en según qué ocasiones, ya que hay películas en las que solo aparece un personaje femenino, lo que hace que la peli suspenda automáticamente el test sin tener en cuenta que ese único personaje puede tener una importancia tremenda”.

Es, por ejemplo, el caso de Gravity (Alfonso Cuarón, 2013). La doctora Ryan Stone, interpretada por Sandra Bullock, es la única mujer de la película. No puede hablar con ninguna otra. No hay más. Su única compañía en el espacio es la de su compañero Matt Kowalski (George Clooney). Pero su papel es fundamental: no solo es la protagonista, sino que además su rol de astronauta que sobrevive a un accidente espacial dinamita gran parte de los estereotipos de género. Algo parecido ocurre en los últimos episodios de la saga de La guerra de las galaxias con el personaje de Rey (Daisy Ridley). “Está sola todo el tiempo, no habla con nadie, pero supone un cambio brutal de la representación clásica del héroe de la saga: de repente la heroína, la jedi es ella. Es un hecho importantísimo, pese a que no pasa el test”, señala Castejón.

Fotograma de la película Gravity.

Otra de las carencias del test, según Herrera, es que se olvida de la interseccionalidad y deja de lado cuestiones como la etnia, la clase social y los estereotipos. “Le falta mirar delante y detrás de la cámara, y ver cómo es la representación de las mujeres”. También, añade Castejón, tener en cuenta el lenguaje del cine y las características de cada género. Si, por ejemplo, se trata de un filme de acción, lo normal es que el héroe o la heroína estén más ocupados en salvar el mundo que en andar hablando con los demás. “El género cinematográfico condiciona mucho y eso el test lo pasa por alto”, apunta.

Pero no todo son defectos. Y si la fórmula ha perdurado en la cultura popular es precisamente por su simpleza y su falta de pretensiones. “El test de Bechdel me parece muy guay porque surgió sin ningún tipo de intencionalidad y 30 años después seguimos hablando de él”, dice Castejón. Por eso, “no hay que obsesionarse. Más bien ampliarlo y completarlo en otro tipo de aspectos teniendo en cuenta además que hoy en día la desigualdad en lo audiovisual es mucho más sutil”.

De la Pitufina a la lámpara sexi: otros test que miran delante y detrás de la pantalla

Y teorías para complementarlo no faltan precisamente. Una de las más interesantes es el principio de la Pitufina que la poeta y ensayista Katha Pollitt (Nueva York, 1949) acuñó en 1991 en un artículo en The New York Times. Así designó a los grupos de hombres con un solo personaje femenino en su entorno, personaje que además siempre se plantea de manera estereotipada, señalaba Pollitt. Hay cientos de ejemplos: desde la propia Pitufina de Los Pitufos que da nombre al principio hasta la Princesa Leia de La guerra de las galaxias, Beverly en la pandilla de It, Penny en las primeras tres temporadas de The Big Bang Theory o la Cerdita Peggy de Los Teleñecos. Para María Castejón Leorza, es como decir “hacemos una cuadrilla de chavales mostrando diferentes tipos de chicos, pero metemos a una sola chica que tiene que representar absolutamente a todas las chicas”.

En el test de la lámpara sexi, de la autora de cómics Kelly Sue Deconnick (Ohio, 1970), se trata de ver si las mujeres de la historia pueden sustituirse fácilmente por lámparas sexis sin que el cambio afecte a la trama. Para los casos en los que el rol del personaje femenino sea transmitir alguna información importante al protagonista, tenemos el test de la lámpara sexi con un post-it.

Otras pruebas van más allá a la hora de examinar a las protagonistas femeninas. Están, por ejemplo, el test de la directora Kimberly Peirce (Boys Don’t Cry, Carrie…), que requiere que la protagonista tenga su propia historia, necesidades, deseos y un recorrido que permita a la audiencia entenderla o empatizar con ella; el test de la guionista Noga Landau (The Magicians), que solo se supera si la protagonista no termina muerta, embarazada o siendo un problema para el protagonista masculino; o el test de la productora Lindsey Villarreal (Mad Men, Bates Motel…), que exige que la protagonista no se presente de manera estereotipada (sexualizada, desalmada o como una madre cansada, mayor o sobrecargada de trabajo) en su primera escena, aunque si, pese a hacerlo, avanzada la película vemos que se trata de una mujer poderosa, imprudente o sexual, la cinta puede darse por buena.

El problema añadido que encontraron otras tantas mujeres del sector audiovisual es que la mayoría de las actrices que se hacían con los papeles tenían algo en común: eran blancas. De hecho, la Iniciativa Annenberg para la Inclusión examinó 900 películas estrenadas de 2007 a 2016 y encontró que entre las actrices que participaron en las cien películas más importantes de 2015 y 2016, solo tres pertenecían a etnias minoritarias. Varios test se centran en este aspecto. Para aprobar el de la guionista Lena Waithe tiene que haber una mujer negra en una posición de poder y en una relación saludable; para la guionista y actriz Naomi Ko se necesita una mujer que no sea blanca, que hable inglés y que salga en al menos cinco escenas; y los requisitos de la guionista y productora Ligiah Villalobos son que haya una protagonista latina y que ella o cualquier otro personaje latino de la película tenga educación superior o un empleo de alta cualificación, hable inglés sin acento latino, y no aparezca sexualizado.

Cuando se trata de actrices secundarias, independientemente de su etnia, la guionista Kate Hagen y las periodistas Rachael Dottle y Ella Koeze proponen que al menos la mitad de los personajes de una escena sean mujeres.

¿Y qué hay de las profesionales que están detrás de la cámara? El mismo estudio de la Iniciativa Annenberg para la Inclusión concluía, entre otras cosas, que solo 34 de esas 900 películas analizadas habían sido dirigidas por mujeres y que solo el 12 % de los filmes contaban con equipos equilibrados en su proporción de hombres y mujeres. Si las mujeres no acceden a puestos creativos clave, no es sorprendente que la representación femenina sea escasa. Por eso muchos otros test hacen hincapié en el número de mujeres del equipo de rodaje. El test de la guionista y actriz Rory Uphold (This Is Why We’re Single) pide un 50 % en total; el de la directora y productora Kate Rees Davies, un mínimo de dos por departamento; y el de la directora de fotografía Jen White, un 50 % de jefas y empleadas por departamento. Spoiler: ninguna película superó los test Uphold y White en este experimento de la web FiveThirtyEight.

Y como test recopilatorio que picotea un poco de aquí y de allá, la directora Rachel Feldman ideó directamente un sistema de puntos y estableció que solo aprobarían las películas que sumasen cinco o más. Echemos cálculos: dos puntos si hay una protagonista femenina que determine el resultado de la historia; dos puntos si ningún personaje femenino se retrata victimizado, sexualizado o de manera estereotipada; dos puntos si hay una guionista o directora; un punto si hay tres productoras o tres jefas de departamento, un punto si hay una compositora o una directora de fotografía, un punto si la mitad del equipo son mujeres y un punto si una escena de sexo muestra preliminares o si el juego lo inicia o sigue una mujer.

La importancia de que haya mujeres

Todo esto, que puede parecer anecdótico o poco relevante, nos lleva a la verdadera cuestión de fondo: ¿por qué es tan necesario que haya películas con y sobre mujeres?

“Lo simbólico es muy importante. Lo que no se nombra, no existe. La cultura popular es esencial y si solo se nos representa en roles de subordinación o en papeles que acaban en boda, nos están haciendo naturalizar algo que no es natural. No es natural que se nos invisibilice, no es natural que las mujeres estemos en situación de inferioridad y no es natural que únicamente aparezcamos en los relatos audiovisuales como secundarias, como trofeo del héroe o como chicas medio tontas”, reflexiona María Castejón Leorza.

Sonia Herrera Sánchez añade: “Durante muchos años nos ha parecido normal identificarnos con referentes masculinos en vez de femeninos. Por eso es importante que analicemos cómo y cuánto se nos representa para exigir que se nos represente con toda nuestra diversidad”. Una diversidad que implica también ver personajes femeninos que en ocasiones puedan causar rechazo. Y es que, según Castejón, “no podemos pedirle al cine y a las series que solo nos construyan mujeres feministas o mujeres que consideremos buenos modelos. En absoluto. Tiene que haber personajes femeninos de todo tipo, incluso personajes que no nos gusten”.

Si las mujeres no existen en la pantalla, las niñas y mujeres fuera de ella se quedan sin referentes, sin representación y sin visibilidad. Se potencian los estereotipos, hombres y mujeres se quedan sin ver la gran variedad de personajes femeninos que pueden existir, y se refuerzan mensajes irreales y dañiños como que las mujeres no son amigas de otras mujeres, que no pueden acceder a determinadas profesiones o ámbitos, o que su misión en la vida se limita a ser novia, esposa, hermana, madre, secretaria o interés sexual de un hombre.

Se muestra una visión muy pobre y limitada de lo que es ser mujer que se acaba normalizando fuera de la pantalla, con todo lo negativo que eso supone, y, además, desde un punto de vista laboral, se reduce el número de papeles a los que las actrices pueden optar, lo que perjudica enormemente sus carreras.

Si a todo lo que pueden aspirar las niñas y mujeres es a ver historias sin mujeres, no se verán reflejadas, no encontrarán personajes femeninos que les sirvan de referentes e inspiración, y sentirán que solo están hechas para hablar de hombres o ser su comparsa.

Y es que si en la vida real todos los días encontramos una enorme variedad de mujeres que se relacionan con otras mujeres y que están interesadas en miles de cosas más aparte de hombres, ¿por qué no debemos exigirle lo mismo al cine?, ¿por qué conformarnos con que la chica haga el papel de “la chica”?, ¿por qué renunciar a ver a una mujer desempeñar en el cine la gran cantidad de roles que adopta fuera de él?

Y por si todo esto no resulta convincente todavía, un dato más: un estudio de FiveThirtyEight que analizaba 1.615 películas producidas entre 1990 y 2013 concluía que las que pasan el test de Bechdel recaudan más y son más rentables que las que no. ¿Alguna duda sobre las ventajas de que haya mujeres en el cine?