La Línea de Fuego

Sr. Presidente, “Estamos hablando”

“Sr. Vicepresidente, estoy hablando. Si no le importa dejarme terminar, podemos tener una conversación, ¿vale?”. Dos frases como dos dardos. De Kamala Harris a Mike Pence en el primer debate entre candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos. Ella de la mano con Joe Biden, él con Donald Trump. Según datos de NBC News, Pence interrumpió a Kamala Harris aproximadamente el doble de veces que ella. Un patrón que se repite como el ajo: hombres cortando a mujeres cuando hablan porque se sienten más cómodos y seguros en ese contexto. 

Es posible que aquella noche, Kamala no ganara grandes apoyos, pero su ‘I’m speaking’ – estoy hablando – resonó en el cerebro de muchas mujeres estadounidenses que tienen que lidiar con el manterrupting en el día a día: en las reuniones, en centros o en la calle. Kamala tiene derecho a defender su espacio sin tener que hacerlo enfadada. Tiene derecho a defenderlo sin justificaciones. Tiene derecho a hablar. 

Hace casi cuatro años, millones de mujeres se manifestaron en Washington, DC en la mayor explosión de deseo de querer hablar. Era 21 de enero de 2017, el día de después de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y el comienzo de la primera Marcha de las Mujeres, una manifestación histórica contra su retórica. Aquel día comenzó a  coger fuerza el lema “Power to the polls” – “el poder a las urnas”. Desde hace semanas, miles de mujeres recogen el lema y se manifiestan juntas para echarlo de la Casa Blanca. 

Aquel mes de enero, la marcha se inundó de gorritos de gatitos rosas como forma de desaprobación y disconformidad. Una idea que surgió de un club de knitting, un lugar donde muchas mujeres se reúnen para tejer, hablar y compartir sin la presencia de sus maridos. Los bautizados como “pussy hat” recordaban a los sombreros púrpura que utilizaron las sufragistas estadounidenses cuando se manifestaron por el derecho a voto en el siglo XIX. Pussy significa gatito en inglés, pero también es una manera vulgar de referirse al coño.

Un mes antes de la campaña de 2016, salió a la luz el polémico video de Trump que decía: “Me siento automáticamente atraído por las guapas y empiezo a besarlas. Es como un imán. Las beso. Ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa. Lo que quieras. Agarrarlas del coño. Lo que sea”. El gorro venía al pelo. 

A mitad de 2018, la Marcha de las Mujeres comenzó a centrar sus energías en la política electoral. El poder a las urnas no siempre dio un cambio progresista en Estados Unidos, la democracia más antigua del mundo que sigue luchando por el derecho a voto. 

En los meses y años posteriores, la Marcha de las Mujeres trabajó para contrarrestar la idea de que el movimiento estaba enfocado en las mujeres blancas y sus preocupaciones. El objetivo y reto era unir a las mujeres en un bloque de votación multiracial para candidatos y candidatas progresistas. 

Ese voto llegó. Alexandra Ocasio Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley fueron elegidas como congresistas en 2019. La entrada del conocido ‘escuadrón’ a la política estadounidense fue como un torbellino.  Alexandra Ocasio Cortez era una camarera millenial de padres puertorriqueños, Ilhan había nacido en el seno de una familia refugiada somalí musulmana, Rashida era la primera mujer de origen palestino, y Ayanna la primera mujer afroamericana elegida por Massachusetts.

Todas desbancaron a grandes hombres con largas trayectorias en el cargo. Su entrada en el Congreso había sido una señal para Trump, por lo que en menos de seis meses pasaron a ser el blanco de tuits racistas del presidente estadounidense. No fue un freno. Ellas empujan en las instituciones el poder de las calles. Apuestan por los derechos de las mujeres, del colectivo LGTBI y por un sistema financiero más justo y ecológico para todos y todas.

La Marcha de las Mujeres y la fuerza institucional con caracter feminista volvió a explosionar con fuerza a las puertas de las elecciones de 2020. En septiembre, tras la muerte de la jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg, icono feminista y progresista de Estados Unidos y la elección de la conservadora Amy Coney Barret, mujer santificada por la extrema derecha, solo se podían dar malas noticias: la huella de Trump en las instituciones contra las mujeres dejaría cola durante décadas.

Trump mandaba un mensaje claro y rápido: la elección de elección de Amy Coney Barret como jueza del Tribunal Supremo es tan válida como la de cualquier otra mujer. Sin embargo, el hecho de que la elegida sea una mujer no importa si no apoya las causas y los derechos que defienden la igualdad de género. 

En el libro ‘Leia, Rihanna y Trump’ (Proyecto Una, 2019), las autoras se preguntan si los hombres tienen miedo al feminismo. La respuesta no es difícil ya que en todo momento se está cuestionando una serie de privilegios y una posición en el poder.  Es así, que es normal que algunos hombres se aferren al sillón y solo dejen espacio para que unas pocas mujeres no perturben la estructura social, se llamen Margaret Thatcher o Amy Conney Barrey. 

El hecho de que la elegida sea una mujer no importa si no apoya las causas y los derechos que defienden la igualdad de género. 

Amy no es Ruth. Es posible que sus sentencias sigan durante décadas un orden conservador y reaccionario sobre el rol de la mujer en la sociedad. Es probable que sea fiel a la lógica estadounidense del sueño americano que considera que el trabajo duro garantizará la movilidad en la escala social. Por el contrario, puede que aquellas mujeres que viven en los suburbios, que están abandonadas por el sistema y expulsadas de la protección social, continúen siendo mujeres más precarias, se conviertan en personas más enfermas y estén más aterrorizadas. 

Más precarias, más enfermas, más aterrorizadas

Katie Mazzoco no había participado en política antes de 2016. De cara a estas elecciones presidenciales, tenía un plan para ir haciendo llamadas y tocar puertas en su suburbio de Pittsburgh. Sin embargo, este año contrajo el COVID-19 y forma parte de un grupo no muy grande de mujeres que tendrá problemas de salud a largo plazo en Estados Unidos. Su vida es totalmente irreconocible a la de hace cuatro años, según recoge Ella Nielsen en un reportaje para VOX. 

En todo el país hay mujeres en la situación de Mazzoco, que se están organizando también desde su casa, decidiendo que el tiempo de la complacencia ha terminado. Hay un nuevo escuadrón en los salones de casa animando al voto, enviando mensajes de texto y escribiendo cartas. El alcance es impresionante. 

Las mujeres de los suburbios fueron las que votaron en 2018 a Alexandra Ocasio Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley. Ahora, tras años de preparación, esperan generar una muestra de fuerza contra Trump. Los efectos duraderos de la pandemia solo han intensificado su revuelta contra el presidente. Con él en la Casa Blanca, las mujeres como Katie, están más enfermas. 

A Kari McCracken le encantaba su trabajo de supervisora ​​regional en una empresa embotelladora de Coca-Cola en Kentucky. A consecuencia de la pandemia, Kari perdió su trabajo en abril. Le dijeron que la llamarían en junio, pero no tenía a nadie que pudiera cuidar de sus hijos mientras ella estaba en el trabajo.  A principios de julio, uno de cada cinco centros de cuidado infantil en todo el país seguía cerrado. Su último día oficial en Coca-Cola, una empresa que en 2019 facturó 8.920 millones de dólares, un 39 % más que en el año anterior, fue el 3 de julio. Lo cuenta Bryce Corver también para VOX, en una serie de reportajes sobre la situación de las mujeres en Estados Unidos. 

En todo el país hay mujeres en la situación de McCracken que han sido expulsadas del mercado de trabajo remunerado. Tal y como señala el propio artículo, en agosto y septiembre, 865.000 mujeres dejaron de trabajar; en septiembre, había 2,2 millones de mujeres menos en la población activa que el año anterior.

Entre mayo y septiembre más de un millón de mujeres casadas perdieron su empleo. En contraposición, un millón de hombres solteros lo consiguieron

Según el economista Michael Madowith, las mujeres están cargando a sus espaldas el peso de la recesión. Entre mayo y septiembre, más de un millón de mujeres casadas perdieron su empleo. En contraposición, un millón de hombres solteros lo consiguieron. Con Trump en la Casa Blanca, las mujeres como Kari son más precarias. 

Más precarias, más enfermas, más aterrorizadas

Katie y Kari van a votar a Joe Biden y Kamala Harris el 3 de noviembre. En 2016, el 53% de las mujeres blancas, como Katie y Kari, votaron a Donald Trump. Las mujeres republicanas eligen votar con su partido y ante la indecisión, votan lo mismo que su marido. Sin embargo, el movimiento de las mujeres desde entonces ha cambiado mucho. Ha logrado unir a miles en la lucha por sus derechos y en la movilización del voto cuando anteriormente no se encontraban activas en los movimientos sociales y políticos. 

La pérdida de la fuerza laboral y el desgaste de salud han tenido repercusión en las mujeres estadounidenses. Los primeros cambios ya se pudieron apreciarse en las elecciones intermedias de 2018. Una encuesta para la CNN desveló una brecha de género de 30 puntos entre demócratas y republicanos. La conclusión: las mujeres empujan el voto demócrata. 

La red social que miles de mujeres están tejiendo en Estados Unidos, mayoritariamente defiende el derecho al voto, pero dicha movilización lleva intrínsecamente una defensa de la urna demócrata. Muchas mujeres que votaron republicano hace cuatro años, pueden cambiar el sentido de su voto ante la duda de saber si queda algo de su partido tras la elección de Donald Trump.

Cuando miramos hacia atrás y comparamos la carrera de 2016 y 2020 vemos que la brecha de género en Estados Unidos sigue abierta de par en par. Uno de los puntos claves para entender la comparativa es la desafección de las mujeres por Trump en 2020, pero también, la antipatía de los hombres por Hillary Clinton en 2016. 

A menos de 24 horas de las elecciones presidenciales, Biden y Trump están prácticamente empatados entre los hombres y la brecha política de género podría estar cambiando no solo las elecciones, también los matrimonios. Por un simple hecho, nosotras también necesitamos reivindicar nuestro espacio. Nosotras también hablamos.