La Línea de Fuego

Autoficciones, literaturas del yo y nuestros cuartos de atrás

Diario-collage de Carmen Martín Gaite

“Escribir es un ejercicio de conciencia. De atención también. No se precisa cuando se vive. ¿Qué escribir es otra manera de estar vivo? De estar vivo, sin duda, pero vivir es otra cosa.”

Esta cita de Chantal Maillard en su Bélgica me transporta directa al compartimento de mi mente en el que voy almacenando datos, frases, ocurrencias, para ese artículo que quiero escribir sobre las autoficciones, o las literaturas del yo o los cuartos de atrás de la memoria. 

¿Por qué escribimos? Y más concretamente: ¿por qué escribimos las mujeres? Uno de los hitos más importante de la humanidad es el comienzo de la escritura. Nos marca el comienzo de otra era, la posibilidad de la eternidad. La carne perecerá, pero la escritura permanecerá. Tendremos El infinito en un junco como bien afirma Irene Vallejo. 

Universalidad frente a literatura femenina

Durante siglos, el conocimiento de la escritura estuvo protegido, solo al alcance de unos pocos privilegiados; estos tenían el don de la inmortalidad a través de la palabra. Las pocas mujeres que tuvieron acceso a este saber comenzaron a escribir obras para reivindicar sus derechos como Vindicación de los derechos de la mujer, o novelas matrimoniales como Orgullo y prejuicio. Muchos siglos antes, encontramos también mujeres que escriben poesía intimista: Safo y los pocos fragmentos de su obra que han conseguido la inmortalidad. 

Se asocia pues la escritura femenina con una temática concreta, a saber: amor, intimidad, cuestiones femeninas. La literatura universal es la de los hombres, a nosotras nos queda nuestra pequeña parcela, lugar que ellos no se molestan siquiera en leer. 

Los hombres que no leen nuestros libros nos niegan el don de la universalidad.

Elena Ferrante

Esta barrera entre universal/femenino aún no ha caído. Actualmente las mujeres podemos escribir sobre cualquier temática: filosofía, biología, ciencia ficción, novela policiaca, fantástica, histórica. Sin embargo, seguimos sin ser leídas universalmente. 

Esta falta de universalidad nos resta autoridad. “Los hombres que no leen nuestros libros nos niegan el don de la universalidad” afirmaba la escritora italiana Elena Ferrante. Una autoridad que los hombres detentan en este mundo patriarcal. Una autoridad que nosotras estamos intentando recuperar. Quizás, una forma de hacerlo sea a través de estas escrituras del yo que nos sitúan en el mundo literario: estamos aquí. 

«Literatura de selfie»

En el mundo literario se está produciendo una minusvaloración de la autoficción. Diversos artículos de prensa han venido a señalar los peligros que este tipo de literatura podría suponer. Uno de estos peligros es el fin de la Novela, con mayúsculas, de la novela que ellos han construido y sacralizado. Además, en dichos artículos se cataloga la autoescritura como “literatura de selfie”. Ante las alarmas de que la autoficción puede desactivar la capacidad social de la novela y activar única y exclusivamente el ego de quien la escribe, nos encontramos con que las autoficciones femeninas son duramente más criticadas que las masculinas. Las nuestras son sentimentalismos y las suyas son aventureras. 

Nada más lejos de la realidad: las mujeres estamos escribiendo nuestras experiencias, contándolas bajo el amparo de la autoficción. Estamos siendo capaces de poner sobre la mesa las problemáticas sociales de las mujeres en el mundo patriarcal. 

Abriendo los cuartos de atrás

Escribimos desde nuestras voces y con nuestras entrañas, con los labios vaginales, como decía Luce Irigaray. Contamos nuestras experiencias escribiendo desde el yo, rebuscando en nuestros cuartos de atrás y abriendo las puertas cerradas a nuestras mujeres feroces. Porque así, leyéndonos las unas a las otras, nos otorgamos la autoridad que el patriarcado nos ha quitado. 

Pienso en muchas escritoras mientras escribo estas líneas. Pienso en Luna Miguel sacándose la bala del abuso sexual de esa mata de pelo negro. En Annie Ernaux dejando por escrito que si cuenta su experiencia con el aborto clandestino es para no oscurecer la realidad de las mujeres y, también, para salirse de la dominación masculina del mundo. Pienso en Belén García Abia denunciando la violencia obstétrica que sufrimos en su Cielo oblicuo. Pienso en Anna Pacheco gritando que no quiere ser un saco de patatas como lo fue su abuela, quizás todas nuestras abuelas. Pienso en Marina L. Ruidoms poniendo en palabras el sonido de un cuerpo golpeando a otro, un ruido seco, como el de una ola contra el casco de un barco, pero que al final consigue entrar y deja a su paso una sustancia pegajosa. Pienso en una joven Carmen Martín Gaite escribiendo su primer libro, con temor a que su futuro marido no lo calificara como “suficientemente bueno” para publicar. Fantasmas que se convirtieron en realidad pues El libro de la fiebre estuvo guardado en un cajón de la escritora salmantina hasta que falleció y su hermana lo publicó. 

Cada mujer guarda una feroz. Sale a través de nuestra voz. Escribo para dársela.

El cielo oblicuo de Belén García Abia

A todos los que proclaman el fin de la novela debido a la autoficción, a los que consideran que se ha desactivado el componente social de la literatura les pregunto: ¿es que acaso no son las experiencias de las mujeres universales? ¿comunes a la gran mayoría de nosotras? Dejar que entre la luz a nuestros cuartos de atrás es necesario para crear un simbólico feminista que nos respalde y nos guie en este mundo patriarcal. La literatura femenina será universal.

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