La Línea de Fuego

¿Patria o patraña?

1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.

2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.

He aquí las dos acepciones que recoge el diccionario de la Real Academia Española sobre la palabra patria. El concepto de Estado Moderno nace a mediados del SXV y el de nación equiparada a Estado nace en el Romanticismo, en el siglo XIX. No quiero dar una clase de Historia, ya que no es mi campo, pero estaría genial que todos tuviéramos en cuenta la asincronía con la que nos topamos cada vez que queremos imponer conceptos modernos a hechos del pasado.

No soy muy fan de los nacionalismos ni de los fanatismos religiosos por varias razones: si el cúmulo de circunstancias que se dio para que yo naciera tal y como soy se hubiera alterado, podría haber nacido en otro país y bajo otra religión. Así que me parece poco productivo ligar intrínsecamente una identidad individual a algo tan arbitrario. Ojo, soy consciente de la importancia de la sociedad como elemento formador de nuestra personalidad, pero me gustaría que todos tuviéramos claro que, al fin y al cabo, nacer en un sitio concreto y en una familia determinada es una lotería. 

Esta lotería quiso que yo naciera en Vigo, un 21 de mayo de 1991. Me siento afortunada de haber nacido en Vigo. Siento orgullo de la familia que me ha tocado, de ser gallega e incluso española, pero sé que este orgullo no tiene sentido, pues no viene de cosas que he conseguido con esfuerzo, sino de cosas que me han sido dadas al nacer. Es un sentimiento irracional.

“El amor romántico de la nación es el patriotismo.”

Brigitte Vasallo

En la propia acepción que muestro al principio del artículo aparece el concepto de “vínculos afectivos”.  “El amor romántico de la nación es el patriotismo” , dice Brigitte Vasallo en su ensayo Pensamiento monógamo terror poliamoroso. Puede resultar chocante unir amor romántico (o amor Disney, como lo llama ella) y patriotismo, a no ser que seamos conscientes de que ambos proceden de la misma corriente de pensamiento: el romanticismo del SXIX. Este tema es interesantísimo y daría para escribir y debatir mucho, pero me voy a centrar en la idea de que ambos sentimientos, tanto el amoroso como el patriótico, son irracionales. Tan irracional es el amor desmedido a la patria, como enamorarse de un imbécil o sufrir por un resultado deportivo. Pero son cosas que nos pasan y seguirán pasando, así que considero importante entender de dónde vienen, aunque eso no nos haga, en principio, cambiar nuestros sentimientos o ahorrarnos dolor.

En este texto me muevo en esa línea existente en el imaginario colectivo que separa lo racional de lo sentimental, en una contradicción constante. Mi primera contradicción es hablar de razón y sentimiento por separado, pues no creo en tal separación, pero me resulta mucho más sencillo expresarme en los términos dualistas que todos manejamos. La elección de la foto que encabeza este artículo también es en sí muestra de una contradicción con la que he crecido toda la vida. Cualquiera asociará esos molinos a Don Quijote y a la Mancha, en definitiva, a España. Y, sin embargo, yo no vi en persona uno de esos típicos molinos hasta que una amiga me llevó a visitar su pueblo manchego hace un par de años. Para mí, tan “exótico” era ver en la tele bailar flamenco como una danza maorí. Y más cercano, por ejemplo, el sonido de una gaita escocesa o los verdes paisajes irlandeses. Qué sentimientos más confusos. Y aún así…

Yo amo a España. Sé que es una confesión rara viniendo de una gallega de izquierdas, pero es la verdad. Nunca he sido muy de banderas, pero no me costaba respetar la de España, sobre todo como deportista que fui. Últimamente, sin embargo,  me produce rechazo. Y todo porque me ha tocado vivir en un país en el que unas personas concretas con cierta ideología se han apropiado de la bandera de todos y la prostituyen, usándola como símbolo contra otros compatriotas que, les guste o no, somos tan españoles como ellos.  

Amo a España por muchas razones. Una de ellas es que estudio Lengua y Literatura españolas y os digo que sumergirse en un idioma de la manera en la que hay que hacerlo cuando se estudia una filología, es un verdadero acto de amor. Amo a eso que conocemos como España cuando estudio textos anteriores al nacimiento de la propia nación. Amo a España desde antes de que España fuera España. Amo La Celestina, el Lazarillo de Tormes, a sor Juana Inés de la Cruz, a Cervantes,a Pardo Bazán, a Rosalía de Castro, a Galdós… Amo la sintaxis de esta lengua y su riquísimo vocabulario. Amo las cantigas de amigo que tanto le gustaban a Alfonso X escritas en gallegoportugués, en una época en la que esta era la lengua de prestigio para escribir poesía. Amo que en mi país exista una nación con una lengua tan antigua cuyo origen sigue siendo un misterio. Amo todas las lenguas de este país, y los dialectos y los acentos. 

¿Qué es amar la patria?

¿Qué es amar la patria? Si el idioma es una patria, todos aquellos que sienten aversión por los idiomas cooficiales y se aferran al español como único idioma válido, me imagino que sentirán como patria a todos los países de habla hispana, ¿no? No obstante, si lo que conforma la patria es una frontera, entonces deberían amar todos los idiomas que se hablan dentro de nuestras fronteras… pero sabemos que no es así.  

Es complicado. Es muy difícil de definir eso que llaman amor a la patria, pero tengo claro qué cosas NO son amar a España. Amar a España no es creer que tu forma de hablar es la única válida y las demás variedades dialectales son de “paletos” (de hecho, pensar esto sí que es bastante paleto). Amar España no es apropiarse de hechos históricos sacados de contexto y usar la Historia para defender una ideología concreta, retorciéndola más de lo que ya ha sido retorcida. Tampoco es exaltar figuras históricas mitificadas como, por ejemplo,la del Cid Campeador. Señores y señoras, los Reyes Magos no existen y Rodrigo Díaz de Vivar era lo que ahora llamaríamos un mercenario. No el adalid de la cristiandad que a algunos les gustaría, pues trabajó para musulmanes y cristianos. Y no pasa nada. Era su trabajo. Me parece bastante más importante El Cantar de Mio Cid, ese maravilloso cantar de gesta del SXIII, primera gran obra de la literatura española escrita en una lengua romance. Eso sí es amor por lo nuestro.

Siento que amo a España también cuando leo a Laura, madrileña, o a Cris, riojana, decir que ojalá hubieran tenido la oportunidad de aprender en el colegio alguna de las lenguas cooficiales del Estado. Sí, cooficiales. Lenguas españolas, también. Amo este país cada vez que alguno de mis amigos enriquece mi vocabulario con palabras típicas de su tierra. Amo este país cada vez que comparto un momento con ellos, que son de todas partes de España y me deleito con la musicalidad de sus acentos y nuestros intercambios gastronómicos.

Porque hay que reconocer que hasta el más antisistema tiene un mínimo de sentimiento patriótico cuando hablamos de gastronomía española, sobre todo después de haber vivido fuera: “Qué bien se come en España”, “qué bien se vive en España”. Por no hablar de lo que ocurre cuando descubrimos lo que cuesta una ambulancia en EEUU o lo que nos costaría nuestra medicación habitual.  Ah, la sanidad pública. Ese tesoro que se quieren cargar muchos autodenomidados “patriotas” me parece la mejor de las razones para abanderar el orgullo de ser español. 

Me sobran razones para amar esto que llamamos España y solo he nombrado una parte ínfima de toda la riqueza cultural y natural que tenemos en este país. Sin embargo, hay un grupo de personas que cree tener el poder para decidir qué es España, aunque curiosamente la mayoría de los españoles no cabemos en su estrecha definición.

 ¿Qué sentido tiene usar una bandera para oprimir? ¿Qué sentido tiene decir que amas a España sin conocerla de verdad? Me gustaría finalizar con un mensaje basado en las famosas palabras de Pedro Zerolo, dirigido a todas estas personas que se creen únicas defensoras de la patria: en vuestra España no quepo yo, pero en mi España sí cabéis vosotros. ¿De verdad no veis el problema?