La Línea de Fuego

La necesaria canción de los muertos de Jesmyn Ward: sobre el sistema penitenciario estadounidense

Paisaje de Mississippi

En Sing, Unburied, Sing (La canción de los vivos y los muertos en español), la tercera novela de Jesmyn Ward, la prisión de Parchman es un personaje más. Dice Ward en una entrevista en la MPB que, cuando ella crecía, Parchman era una presencia amenazante en su Mississippi natal. La mera posibilidad de que cualquier ser querido, o una misma, terminase allí, era un miedo heredado durante generaciones y eternamente presente.

Parchman es una prisión que se encuentra en el condado de Sunflower, en el Delta del Mississippi. Es la institución penitenciaria más antigua del estado, y aún sigue en activo. Su historia ha marcado a generaciones de afroamericanos en la zona y sigue siendo un testimonio vivo de la injusticia del sistema penitenciario estadounidense y del racismo institucional.

Después de la Guerra de Secesión, los estados del sur, azotados por una gran crisis económica, buscaron formas de perpetuar económicamente la esclavitud de forma velada. Los dueños de plantaciones, responsables de la actividad económica de estas regiones, no estaban dispuestos a pagar por un trabajo que las personas afroamericanas habían hecho durante tantos años como esclavos.

Así, estos estados (entre ellos el estado de Mississippi) crearon lo que se conoce como las leyes Jim Crow, o «Black Codes», por las que se buscaba mantener las condiciones de esclavitud. ¿Cómo? A través del sistema penal.

Un sistema penitenciario heredero de la esclavitud

Las leyes Jim Crow introdujeron así pequeñas especificidades para la población negra, que podía ser arrestada y enviada a prisión por delitos menores (como «loitering», que es el ejemplo que da Jesmyn Ward en la entrevista y cuya traducción podría ser «holgazanear», o «perder el tiempo»).

Una de estas prisiones era Parchman,que mantiene el nombre de los dueños de la plantación que allí se encontraba. Así, los estados del sur, dueños ahora de estas plantaciones, se enriquecían explotando y esclavizando de forma velada a los prisioneros. Es lo que se conoce como el «convict lease system» o, de forma literal, sistema de arrendamiento de convictos.

Prisioneros dirigiéndose a trabajar los campos de algodón en Parchman en 1939 (Associated Press, vía The New York Times)

Libros de historiadores estadounidenses dan testimonio de esta horrible realidad, tanto tiempo silenciada por la historia en el país. Es la ficción de autores como Jesmyn Ward la que ha recuperado a estas personas borradas de la historia. Niños de 12 años o menos eran condenados por ofensas menores como robar comida o animales de granja y enviados a trabajar los campos de algodón para el estado.

Con la llegada del siglo XX, desaparece el sistema vigente hasta el momento, pero esos campos de trabajo se reconvierten en prisiones como la actual Parchman, donde se castigaba físicamente a los internos con un látigo llamado «Black Annie» y donde la vigilancia de la prisión se encargaba a los llamados «trusty shooters». Eran prisioneros elegidos (normalmente blancos) para controlar a sus compañeros de cárcel, y a los que se otorgaba la libertad si encontraban y disparaban a los que huían, sin importar el crimen por el que estuvieran en Parchman.

El poder de la ficción de Jesmyn Ward

En una fecha tan cercana como 1971, gracias a la denuncia de unos prisioneros, un juez declaró que el sistema de los «trusty shooters» debía ser abolido de inmediato. También señaló que las condiciones de la prisión eran inadecuadas para el ser humano. Aun así, según familiares de presos (no solo de Parchman) nada ha cambiado. Las muertes se suceden y las autoridades miran hacia otro lado; en enero de este mismo año, 9 personas fallecieron en Parchman, bien por muertes violentas o por suicidio.

Hoy, convictos afroamericanos continúan cumpliendo condena en los mismos campos que trabajaron sus ancestros en los tiempos de la esclavitud, bajo el mismo nombre de la plantación que allí se encontraba. Y sabemos de sobra, porque escritoras como Jesmyn Ward nos lo han mostrado, que quien nombra tiene el poder.

Dice Ward en la misma entrevista que, a pesar de conocer Parchman desde niña, cuando comenzó a investigar se quedó sorprendida por la cantidad de personas que desconocían su existencia y su historia. Por eso decidió introducirla en la novela como destino final de un road trip al que rodea mucho más que el viaje en carretera.

Ward da voz a los fantasmas, a las generaciones de personas destrozadas, arrancadas de su familia y devastadas por un sistema penitenciario heredero del sistema de la esclavitud. En esta ocasión, las manidas expresiones como «el poder de la ficción» y «dar voz a los silenciados» no sobran. No es la primera; Parchman e instituciones similares han dado literatura, películas y música que debemos recuperar.

La ficción es el vehículo para hacer justicia, y la memoria heredada y relatada, el camino.

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