La Línea de Fuego

La cuarentena, las esenciales y la nueva normalidad de siempre

Me despierto y abro Twitter. Es como desayunar una bomba, hay que entrar armada hasta los dientes. Paro y preparo el desayuno, que desde hace ocho semanas es como el de todos los domingos. Me ducho, me cepillo los dientes y me siento en mi nuevo lugar de trabajo: el salón. Soy una de las no esenciales que sigue currando desde casa. Recuerdo cosas que he visto por internet. “No podemos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema” era lo que rezaba un cartel por las redes hace unos días. Sin embargo, ahora que llevamos una semana de “desescalada”, me he dado cuenta que en dos meses y medio, lo único que he hecho es potenciar la normalidad de siempre mientras me convencía de la incerteza de lo que pasará después. Puede parecer absurdo pero es otro ejemplo más de como se agravan nuestras contradicciones.

En una carta que el periodista alemán del diario Die Welt, Andreas Rosenfelder  envió a  Slavoj Zizek y que él recoge en su manifiesto ‘Pandemia’, decía: “Realmente puedo sentir algo heroico en esta nueva ética, todo el mundo trabaja día y noche, desde la oficina en casa, haciendo videoconferencias y cuidando y escolarizando a los niños al mismo tiempo. Nadie se pregunta por qué lo hace, porque ya no es más me dan dinero y puedo ir de vacaciones, ya que nadie sabe si va a ir de vacaciones o si habrá dinero”. 

La semana pasada, publicaba el profesor de filosofía francés Gilles Vervisch en Liberation: “¿Por qué hacer cola para una Big Mac? No es para Big Mac, obviamente. Es volver a la vida antes, pretender que todo es normal”. Parece una especie de tranquilizador. La tarea rutinaria de cómo estructurar nuestra vida diaria de manera estable y con cierto sentido, aunque en fondo sabemos que no lo tiene

«La tarea rutinaria de cómo estructurar nuestra vida diaria de manera estable y con cierto sentido, aunque en fondo sabemos que no lo tiene«

Durante estos dos meses, también hemos visto ciertos cambios. Hemos pasado de banalizar una epidemia, a pelearnos con millones de bots y a comentar lo que hemos cocinado con bimi o descubierto en Internet. Entre alguna que otra discusión en Facebook de cualquiera de los tres actos anteriores, pienso y escribo. A decir verdad, esta es la tercera vez que intento publicar este artículo sin éxito porque mi opinión cambia al ritmo de mi estado de ánimo. Unas veces incendiario con todo, otras llamando sin éxito a la unidad colectiva. No solo me debato eso sobre la nueva normalidad, sino en el presente. Si debo callarme y hacer un oda a la calma, o seguir “militando” en las redes sociales contra los que piden no politizar una pandemia en un ejercicio de doble moral, o contra los filósofos que llenan páginas en blanco evitando hablar de las cosas materiales. Las cosas del comer, vaya. También, en un ejercicio de doble moral. Me quedo con la segunda opción. No hay nada más político que una pandemia cuando las decisiones sobre los recursos se negocian en base a quien vivirá mejor o peor y esto es lo que nos está trayendo las discusiones más rutinarias. Incluso, las decisiones puramente solidarias y que parecen apolíticas no se escapan de su propia politización. 

La solidaridad fuera de los márgenes

Respecto a la solidaridad, por el lado que nos corresponde como sociedad, me quedo con la idea de que esta pandemia es como un programa de radio de medianoche. Cada uno suelta su queja. La diferencia que hay es que puede que ninguna sea absurda, ni banal, desde la explotación del teletrabajador hasta el paro del que no puede hacerlo. Todas son importantes pero todas se siguen rigiendo por el “¿Qué hay de lo mío?” en un acto lejano a cualquiera relacionado con la solidaridad. Me preocupa. La capacidad de alineación es tan individualista que nos cuesta pensar en colectivo y en ocasiones, incluso con las personas más cercanas. Hace unos meses leía en una columna algo así como, todos piden una parada de autobús que les deje cerca de la puerta de casa en lugar de pensar en cómo mejorar el transporte público para todos haciendo que “la concepción democrática confunda el bien común con el ande yo caliente”. 

Hace unos meses leía en una columna algo así como, todos piden una parada de autobús que les deje cerca de la puerta de casa en lugar de pensar en cómo mejorar el transporte público para todos haciendo que “la concepción democrática confunda el bien común con el ande yo caliente”. 

Por otro lado, algo que leí también en la reflexión de Zizek, es que si uno lee los grandes medios de comunicación, da la impresión de que da igual los miles de muertos que ya murieron, sino el hecho de que los “mercados se están poniendo nerviosos” . A pesar de que la lógica resolutiva frente a la pandemia sean medidas contra el capital, muchos prefieren morir matando. 

Me pregunto si esta nueva normalidad dejará la solidaridad en los márgenes o la pondrá en el centro. Ante lo primero, solo veo el resultado de la barbarie. 

Las esenciales y la visibilización del trabajo de cuidados

“La romantización de la cuarentena es un privilegio de clase” fue otro de los carteles que se hizo viral al principio de este encierro. En realidad, esta pandemia ha sido una curita de humildad para aquellos que tenemos dos carreras y un máster. No somos tan necesarios como la cajera de supermercado, la chica de la limpieza o el que recoge la basura. Si algo nos ha recordado esta crisis es que aunque este virus no conozca de fronteras si conoce de clases sociales y maltrata a las que viven en los márgenes. Si Amancio Ortega para, no pasa nada, pero si Claudia, Macarena o Sara lo hacen, es muy posible que no se pueda hacer frente a esta pandemia. Este tiempo de coronavirus es el momento de reconocer que si nuestros derechos solo los podemos disfrutar nosotros, se convierten en un lujo. 

Esta pandemia ha sido una curita de humildad para aquellos que tenemos dos carreras y un máster.

En paralelo a esta reflexión de la cuarentena ya comenzaban a surgir los discursos de nueva normalidad que antes mencionaba (el del trabajo y las vacaciones o el de la cola en el Burger King). Todas las reflexiones que esperaban la vuelta a esa normalidad, continuaban mientras muchas madres seguían haciendo la colada, cuidando al abuelo y poniendo la mesa. En una entrevista reciente a Esther Vivas, la escritora decía: «El coronavirus ha destapado el ingente e invisible trabajo de cuidados que recae mayoritariamente en las mujeres y la crisis de cuidados que arrastramos desde hace años».

Durante este tiempo, fue imposible no acordarse de Silvia Federici y su famosa frase “Eso que llaman amor, es trabajo no pagado”. Cualquier deseo a la vuelta a la vida “real” deja en los márgenes a esta cantidad de trabajo, gratuito pero fundamental en la casa y que me hace pensar que es casi indestructible esa división entre la esfera privada y pública propia del patriarcado. Aunque venga una pandemia.

El concepto de “normalidad”, ni a las feministas, ni racializadas, ni al colectivo LGTBI, ni a los trabajadores y trabajadoras en precario, ni a ninguna persona que viva en los márgenes, nos ha gustado. Temo que sea tarde la efectividad de la impugnación del nuevo sistema tras estas reflexiones. A que se disuelva, a que sea difícil de reivindicar una nueva forma de hacer las cosas. A que se nos olvide que otra vida es posible.