La Línea de Fuego

‘La dependienta’ y la rareza de lo cotidiano

Portada del libro La Dependienta

Hace unos meses entré en una de esas librerías de cabecera solo por cotillear novedades, pero mis ojos se toparon de repente con un libro de cobertura simple: una mujer bajo un paraguas y el título La dependienta, firmado por Sayaka Murata (Duomo ediciones). Pensé de repente que la literatura japonesa es uno de mis grandes pendientes y que no estaría mal ir un poco más allá de Murakami.

Así que sin pensarlo mucho más, me lo llevé a casa. Pero no ha sido hasta empezado el confinamiento que me he adentrado en sus páginas. No sabía muy bien qué me iba a encontrar y la sorpresa no fue más que en aumento a medida que avanzaba. La dependienta está narrada desde el punto de vista de Keiko Furukura, una mujer de 36 años, soltera y que sigue trabajando en una tienda por horas. Aunque es feliz a su manera, la sociedad a su alrededor no para de presionarla para que haga lo que se espera de una mujer de su edad: buscar un trabajo fijo o un marido que la mantenga y le dé hijos.

Si bien es cierto que el libro, en muchas ocasiones, te hará meterte en un aura de extrañeza e incluso disconformidad, abandera un lenguaje claro y conciso, que no deja de lado lo cotidiano. Y es que aunque el libro esté ambientado en Japón y parezca una cultura tan lejana, las aflicciones de Keiko pueden ser las de cualquiera.

Aunque nunca me había acostado con nadie, casi nunca pensaba en mi propia sexualidad. El sexo me resultaba simplemente indiferente y no era un asunto que me preocupara. Sin embargo, las demás dieron por sentado que yo lo estaba pasando mal y siguieron hablando en aquellos términos. Y aunque hubiera estado sufriendo de verdad, a nadie se le ocurrió pensar que lo que me angustiaba no fuera tan simple como lo que estaban insinuando. Pero ellas habían decidido explicarlo así porque parecía que les resultaba más fácil de entender.

La dependienta retrata una sociedad en la que la libertad puede ser solo una apariencia, en la que lo que se espera de una mujer es o bien un éxito laboral rotundo con un puesto elevado (y por tanto un salario elevado) o un matrimonio en el que pueda ser mujer florero y tener hijos.

Vemos esto en las reuniones de Keiko son sus amigas, en el desconcierto que ellas sienten (y la protagonista no entiende) cuando les cuenta que sigue trabajando por horas y no ha tenido nunca pareja. Lo vemos en las reacciones de su familia, que solo quiere que se cure de su «rareza» sin entenderla, que suplican que se deje ayudar.

Nadie entiende por qué está cómoda siendo una dependienta por horas, por qué no tiene una pareja ni hace por tenerla. Nadie entiende que viva su vida así porque no necesita más. Nadie lo entiende ni quiere entenderlo. Porque lo fácil es ajustarse a las reglas férreas que nos impone la sociedad.

La autora, Sayaka Murata.

Al final, Murata no hace más que contar cómo es la vida de una persona que no encaja en los cánones establecidos de la sociedad. Cómo esa persona sufre más por adaptarse a esos cánones, simular que es «normal» que por ser ella misma. Todas esas personas que pululan en nuestro entorno intentando pasar desapercibidas. Sayaka Murata nos hace ver más allá. Y de la forma más maravillosa que podamos imaginar.

La gente se cree con derecho a escarbar en aquello que considera raro hasta dar con una explicación. A mí me molestaba su insistencia, me resultaba fastidiosa e impertinente. Me cansaba tanto que a veces sentía la tentación de coger una pala y empezar a asestar golpes, como aquella vez en el colegio.