La Línea de Fuego

Por qué Paquita Salas es lo mejor que nos ha pasado

Ya ha llegado la tercera temporada de Paquita Salas a Netflix y en La Línea de Fuego no hemos podido cogerla con más ganas. Habiendo pasado unos días prudenciales para no caer en el spoiler -si no la habéis visto ya, no tenéis perdón-, ahora toca analizarla, desmenuzarla y regodearnos en esa obra maestra.

Y sí, esta nueva temporada de Paquita Salas ha sido lo mejor que nos podía pasar, ya no solo por la genialidad de los Javis y de Brays Efe vertida a chorretón en la pequeña gran pantalla de Netflix acompañada por ese elenco de lujo, sino también por todo lo que entraña detrás.

Por esa forma tan natural de tratar todo lo LGTBIQ poniendo por delante que aún queda mucho por trabajar para que todos lo naturalicemos del todo. Y que nos queda mucho por aprender. Por toda la sororidad a raudales que destila. Por hacer que en una sola serie podamos escuchar a la Pantoja, ver a Terelu y a Josh Hutcherson. Por los diálogos hilarantes y los dramáticos. Todo tan nuestro.

Porque todas somos Macarena García con su mini depresión por no ser capaces de encontrar la felicidad, despechada, aunque en vez de llorar en los baños de los Goya, lloremos en los baños de una discoteca cualquiera.

Todas somos Magüi en un trabajo que no nos gusta pero que creemos que nos hace mejores y solo nos hace daño. Todas somos Magüi haciendo cosas imposibles por conservar ese trabajo, pastillote incluido.

Todas somos Noemí Argüelles reinventándose a Community Manager porque es lo que hay. O Lidia San José pasando por un eterno personaje secundario, pero siempre fiel.

Porque todas somos Belinda Washington y su dedo (espero de verdad y con fuerza que ‘5 deditos’ sea la canción del verano). Porque cada una con su cuerpo hace lo que quiere y se lo manda a quien quiere. También somos su vergüenza por ello y el saber que, en el fondo, esa vergüenza y esa culpa no debería estar ahí.

Todas somos Anna Allen resarciéndose de sus pecados en primerísimo primer plano, en ese juego eterno entre lo real y lo ficticio, con las consecuencias del aparentar. Porque todas tenemos derecho a volver a empezar. Todas deberíamos ser Belén de Lucas poniendo en su sitio a quienes predican con su ignorancia.

Pero, sobre todo, porque todas somos Paquita viendo cómo nuestros sueños se rompen una y otra vez, tirando la invitación de los Goya y volviendo a recogerla con la cabeza bien alta. Todas somos Paquita plantándole cara a la vida. Y a la muerte (magnífico el homenaje a la Bernarda Alba).

Somos Paquita con su coraza de chica dura («no estoy loca, estoy hasta el coño») que se va a comer el mundo con torreznos y un Larios para empujar, pero esconde demasiadas cosas.

Todas somos Paquita confesándole a un amiga de toda la vida que veía las clases de jotas a escondidas porque le prohibieron ir por gorda y siempre le dio vergüenza contárselo a su madre. Pero aún así aprendió a bailar para no decepcionarla. Todas somos Paquita llorado mientras le explota lo que se guarda dentro. Por la lucha, ay, Paquita, gracias.