La Línea de Fuego

Sobre explotación y salud mental de «trabajar en lo que te gusta»

Hace meses que no escribo algo bueno y hace meses que me cuestiono sobre mi capacidad para hacerlo a pesar de que es lo que más me gusta. Me considero una persona sin grandes ideas, trabajadora pero poco más. No soy brillante en nada pero vivo con la responsabilidad de que algunos me señalan con el dedo porque quieren que les dé una respuesta para algo de lo que no soy realmente experta. Sufro de ansiedad y de inseguridad. Y, para qué negarlo, soy joven pero estoy quemada.

A mi edad, tengo el privilegio de llegar a fin de mes. Puedo trabajar “en lo que me gusta” (con ciertos matices) pero no duermo bien. Tengo la sensación de que nunca descanso y por lo tanto, que estoy cansada. Mi cerebro es como una locomotora a dos mil por hora, es capaz de pensar incluso durmiendo y me despierta preguntándose qué hago durmiendo por la noche a las tres de la mañana. Siento una enorme culpa de no cumplir las expectativas en lo que sea o de no saber ciertamente si encajo en el lugar que yo hasta ahora creía correcto. El proceso de descubrirse a uno mismo es inabarcable, pero me asusta el hecho de pensar que puede que esté buscando algo que nunca llegue.

Me es imposible no hacer algo y que eso no salga mediocre. Justifico que tengo mil cosas a la vez en esa locomotora del siglo XIX que es mi cerebro pero me culpo de la mala calidad de mis actos. Todavía no he ido al psicológo, ni al sindicato, ni me he tomado vacaciones. No estoy segura de si alguna de esas tres opciones forman parte de la solución. No trago pastillas, así que estoy jodida y tengo que curar esto sin medicación alguna.

Se han acostumbrado a llamarnos pobres, explotados y trabajadores en inglés para que no nos enteremos de nada. Dudo de si soy “workaholic”. Me lo han dicho un par de veces, pero creo que a nadie le va esa movida. Cualquiera con dos dedos de frente sabría frenar ese abuso de poder que se ejerce al trabajador aprovechando su buena voluntad y sus ganas de aprender. Nada más ruin que aprovecharse de una vocación, de unos convencimientos o de unos principios para explotar en un espacio laboral.

No me callo una. Respondo y lucho, que a veces es lo mismo, pero no sé un carajo de derecho laboral. Ojalá nos lo hubiesen enseñado unas pinceladas en el instituto, pero supongo que no hay mucho interés. La información es poder, eso lo saben hasta en la Luna y nosotras estamos desinformadas. El día 33 en mi nuevo curro ya había hecho 72 horas extras, el máximo que se pueden hacer en un año y sigo haciendo, no vaya a ser.

No me callo, pero solo hago la compra los sábados por la mañana y permito que me saquen sangre con agujofobia en un reconocimiento laboral para que me diagnostiquen que me faltan vitaminas por falta de tiempo. Y que la falta de tiempo viene de donde viene, de estar cansada, de la esclavitud moderna.