La Línea de Fuego

El manual para sobrevivir escribiendo de Joan Didion

El día que me mudé a Londres  me di cuenta que el mundo que yo entendía ya no existía y que tendría que lidiar con este desorden. Fue la primera vez que me choqué con la evidencia de la atomización y la prueba de que todo esto se desmorona. Como cuando Joan Didion se mudó a San Francisco.

«Ver lo suficiente y escribirlo»,  se dice a si misma la mítica periodista estadounidense. Delgadísima y con unas manos que vuelan a toda velocidad intentando explicar a su interlocutor lo que siente a través de una feroz capacidad analítica.

Nunca he entendido lo que pensaba hasta que lo vi plasmado en un papel. Al igual que en un cuento, siempre fue relativamente fácil ver el comienzo de las cosas, pero muy difícil ver el final.  Como cuando Didion empezó a escribir en una de esas mansiones de 32 habitaciones que alquilaban los personajes de Hollywood en verano.

Escribo sobre toda clase de cosas horribles y a veces, incluso con un estilo refinado. Intento ser imparcial de la misma forma que es un periodista, pero al igual que Didion me he convertido en una perfeccionista. Si pienso en algo y siento que está atascado, lo meto en el congelador.

Siempre he pensado que si analizo algo, da menos miedo. Según ella, la teoría dice que si la serpiente está ahí, en tu campo visual, no te va a morder. Eso se parece bastante a mi realidad y es como yo me enfrento al dolor. Yo quiero saber donde está.

Sin embargo, no me puedo quejar. Con 25 años no me iba tan mal, estaba donde quería estar,  había viajado un poco y podía mantener una conversación seria con alguien maduro, aunque los que estaban a mi alrededor me querían y me hacían daño a partes iguales y eso me hacía llorar.

Recuerdo que cuando vivía en Londres no paraba de llorar.  Lloraba hasta cuando no era consciente de que lloraba, lloraba en los ascensores, en los taxis, en el autobús, en el tren, en las lavanderías chinas,  en los parques,  en el centro comercial, en los museos. Como cuando Didion se fue a vivir a Nueva York.

En solo un año me mude tres veces, a tres países diferentes. En todos ellos, solo se publicaban noticias de bancarrota, anuncios de subasta pública, asesinatos, niños extraviados, familias que desaparecian tras el rastro de cheques sin fondos y adolescentes sin rumbo que se desprendían del pasado y el futuro, como lo hacen las serpientes con la piel.

Fue durante esa época de mi vida cuando empecé a entender la historia, esa de que es posible cansarse del paraíso, y empecé a dudar de las premisas de todos los cuentos que varias personas me habían contado pero no habían vivido.

Me mantuve firme. La gente con amor propio muestra cierta dureza. Una especie de sentido moral y enseña lo que una vez se llamó «caracter», una cualidad que aunque se aprueba en teoría, a veces pierde terreno frente a otras virtudes más discutibles.

«Carácter» es  la disposición a aceptar responsabilidad por la vida de uno mismo, que es la fuente del amor propio. El problema es que, por mucho que nos lo propongamos al final nos acomodamos en esa famosa cama aunque sea incómoda y que nosotros mismos hacemos. Si dormirmos o no en ella depende de si nos respetamos o no.

Cuando en las tertulias se debatía sobre lo que era el  carácter, John Gregory Dunne entró en crisis y Didion le escribió una carta, que empezaba así:  «Yo soy lo que lees y quiero que sepas quien soy mientras me lees, donde estoy y que me pasa por la cabeza».

Con el paso de los años Didion confesó que no podía analizar realmente lo que significaba enamorarse, pero recordó tener muy claro que quería que todo fuese hacia delante, le gustaba su idea de Dunne y Didion,  que el fuese escritor y se emborrachara con ella.

Dunne murió y Didion escribió «El año del pensamiento mágico».  Los libros más maravillosos aparecen en los peores momentos y cuando piensas que ya no tienes miedo por lo que se ha perdido ni por lo que se puede perder.

Cuando en el mundo se agoten las preguntas, ese día en que siga los formalismos y haga lo que se supone que debo hacer, que es escribir, esa mañana de quiebra, simplemente abriré mi cuaderno y todo lo que habrá allí sera una cuenta de intereses acumulados, un billete pagado de vuelta al mundo exterior.

Todo vuelve. Recordar que se siente al ser yo. Esa es siempre la cuestión.

 

En este texto hay frases recogidas literalmente del documental de Neftlix «Joan Didion: El centro cederá»