La Línea de Fuego

Empoderamiento y reggaetón

El reggaetón está, a partes iguales, ensalzado y despreciado. Suena en todas partes pero a nadie le gusta. El caso es que uno de los agravantes de su difamación pública es el grado de sexismo que hay en sus letras, y es cierto. Yo lo comparto; confieso que me horroricé, como medio mundo, con las 4 Babys de Maluma. Sin embargo, hace poco la musicóloga Laura Viñuelas decía en el programa de radio Carne Cruda, sin negar que el reggaetón está repleto de machismo, que grupos encumbrados por crítica y público como los Rolling Stones o los Guns N’ Roses también cuentan con una discografía repleta de referencias machistas en sus letras. Como apasionada del rock y de los clásicos, me eché las manos a la cabeza, pero es verdad. Axl Rose canta en una de sus canciones más famosas: “I used to love her, but I had to kill her”. Y yo no me había dado cuenta hasta entonces. Quizás hasta el punk no percibimos una igualdad en el rock… Pero bueno, esa es otra historia que daría para páginas y páginas.

No es mi intención defender el reggaetón. Es un género de letras patéticas, simples y casi siempre machistas, vídeos repugnantes y, por lo general, cero calidad. No se me ocurre escucharlo a no ser que sea en alguna fiesta. Su calidad deja mucho (tantísimo) que desear, en eso estaremos todos de acuerdo, y perpetúan una imagen de la mujer que no creo que a estas alturas ninguna persona cabal y sana vea con buenos ojos. Pero últimamente he observado que se da un fenómeno curioso.

Veréis, siempre me ha gustado bailar, incluso estudié danza profesionalmente un tiempo; así que, al ver que en mi gimnasio se impartían clases de zumba, no dudé en comenzar a asistir a ellas. Al principio, me sentía culpable, observaba una gran contradicción entre mi feminismo convencido y lo que yo disfrutaba en esas clases, bailando canciones de Maluma y de Daddy Yankee cuyas letras, si las aislaba, me resultaban espantosas. Me sentía menos feminista por ello.

Poco a poco, sin embargo, observaba que me sentía más empoderada con mi cuerpo, lo sentía más mío, y era gracias a esas clases, a que empezaba a soltar mi cuerpo y a ser más consciente de él fuera de un ámbito, digámoslo así, privado. Me cuestionaba a mí misma, me preguntaba si de verdad el twerking, por poner un ejemplo, estaba haciendo eso por mí. Y lo que es más: como yo, muchas mujeres bastante mayores que yo que se sienten liberadas ante la posibilidad de mover sin vergüenzas, durante una hora, un cuerpo por el que (aunque no se den cuenta de ello y por una razón u otra) han sufrido prejuicios durante toda su vida. Nos veo bailar y no creo que ninguna, ni por un momento, creamos en lo que está diciendo en sus letras el Pitbull de turno. Estamos concentradas en nuestro cuerpo.

Entonces es cuando me pregunto: no la música, sino el bailarla, ¿no es un modo de empoderamiento? ¿Hemos estado quitándoles su feminismo a las mujeres que disfrutan con ello? Como decía Laura Viñuelas, no hay que prohibir nada, sólo ser consciente de lo que escuchamos y vemos. Con esto no quiero decir que esas letras tengan que existir, ni mucho menos; pero sí que nos dejemos de sentir menos feministas por disfrutar con algo con lo que, supuestamente, no deberíamos disfrutar. Y es que estamos continuamente azotándonos con el látigo de la culpabilidad: nos sentimos menos feministas si cedemos a los cánones estéticos, si consumimos revistas de moda, si vemos porno tradicional, si bailamos de una determinada manera… Nos estamos haciendo a nosotras mismas lo que hemos estado sufriendo durante años. Si bien tenemos que ser conscientes de nuestras contradicciones, de nuestros comportamientos machistas, también tenemos que dejarnos respirar.

El problema es cuando no se respetan los límites, cuando esas letras penetran en cerebros de catorce años y creen que es la forma adecuada de tratar a una mujer. De ahí lo que decía Viñuelas: educación, concienciación. Entiendo que este argumento mío de perogrullo despierte algunas iras; ni yo misma estoy muy segura de lo que digo y probablemente la semana que viene vuelva a sentirme culpable por unas horas. Sin embargo, sí estoy segura de que cualquier cosa que haga sentirse a la mujer más segura de sí misma y de su cuerpo, no puede ser mala.