La Línea de Fuego

Un cuarto donde habitan la mujer y la novela

Texto e ilustración por Verónica Living (@cardiodrama)

Un cuarto propio fue publicado en 1929, cuando el mundo no creía que las mujeres pudieran escribir. Pero Virginia Woolf dio buena cuenta de que sí, escribiendo sobre la mujer y la novela con su propia pluma y con muchos ejemplos de las de otras mujeres que han marcado la literatura a lo largo de la historia, investigando y poniendo en cuestión temas que no solían tratarse en la época.

En las páginas de este ensayo, Virginia habla no solo de la mujer y la novela -como tema en sí-, sino también de los entresijos de la novela, sin sexo, sin género, únicamente literatura, aunque cueste separarlo. «La novela crea una «forma» que está hecha por la relación de un ser humano con otro ser humano. Por eso una novela despierta en nosotros toda clase de emociones opuestas y antagónicas. La vida entra en conflicto con algo que no es la vida. De ahí la dificultad de llegar a un acuerdo sobre las novelas, y el dominio inmenso que tienen sobre nuestros prejuicios íntimos».

Entre los muchos temas que se tratan en este libro, nos encontramos incluso con la homosexualidad. Virginia habla de cómo Lady Carmichael (una de las escritoras cuya obra menciona a lo largo del ensayo) «se las arregla para captar esos ademanes no registrados, esas palabras sin decir o a medio decir que se diseñan, tan impalpables como las sombras de las mariposas nocturnas en el cielo raso, cuando las mujeres están solas, no iluminadas por la luz caprichosa y coloreada del otro sexo». Pero lo trata coartándose, habla de que le gustan las mujeres, pero que no puede excederse en ese sentido, elogiando a su propio sexo; de que a pesar del desaliento y la censura a la que se enfrentaron todas las mujeres escritoras, era más importante la ausencia de una tradición, de algo en lo que pudieran basarse, un legado con el que pudieran continuar.

Cuando Virginia se paró a escribir este libro, investigó en las bibliotecas, buscó información, buscó libros que habían escrito mujeres, libros que se habían escrito sobre ellas, y se encontró con una carencia de la que no se había dado cuenta antes: había muchísimos menos tomos firmados por mujeres que por hombres. En su mayoría, observó, lo que las mujeres habían publicado había sido poesía, ya que la novela se entendía más bien como territorio masculino. Por supuesto, hubo mujeres novelistas en el pasado, pero no fueron tan valoradas, ni tuvieron las mismas facilidades para escribir sus obras ni publicarlas como los hombres. Fueron menos escuchadas, menos publicadas, menos leídas, pero no por ello más olvidadas. Virginia se encarga en este texto de recordarlas, de darles valor y de poner en entredicho los ideales de épocas pasadas, de ciertos escritores y de la sociedad en general. Jane Austen y Shakespeare son dos nombres que se repiten a menudo en este escrito, ya que los equipara en muchas ocasiones por su inteligencia y autenticidad, por identificarlos con una literatura andrógina y libre del estigma que puede llegar a ocasionar el género en las letras escritas.

Cuando habla de la mujer y la novela, habla también del feminismo y la novela. «Es fatal para el que escribe pensar en su sexo». Aboga por la literatura sin género, pero no puede obviar el hecho de que la diferencia que existe entre éstos ha marcado una diferencia también en las estanterías, creando brechas entre los lomos de los libros.

Tal vez hayáis notado, a estas alturas, que me refiero a ella como Virginia. Me enseñaron a no llamar por su nombre de pila a los personajes a los que estudiamos, pero no puedo evitar llamarla así, como si fuera una amiga o una conocida. Hace poco, le comenté a un amigo que cuando leo a Virginia es como si alguien me diera un abrazo y me dijera que todo va a salir bien, aunque ella se suicidara metiéndose piedras en los bolsillos de su abrigo y ahogándose en un río. Esta es justo la sensación con la que terminé el libro. La sensación con la que leí la esperanza, la confianza en que tengamos quinientas libras al año y un cuarto propio, y lo aprovechemos. En las últimas páginas, Virginia nos pide una única cosa por encima de todo: que escribamos. Nos dice que vale la pena trabajar hasta la oscuridad y en la pobreza por el derecho y la libertad, por la poeta muerta que existe y que nosotras podemos hacer que nazca, dar a luz, y convertir así en una escritora viva.

«Les ruego que escriban toda clase de libros, por trivial o por vasto que sea el tema. Por las buenas o por las malas».