La Línea de Fuego

Al patriarcado le encanta cosificarte

Tu cuerpo. Tu templo. ¿Tu cárcel? Por qué te sientes atrapada en él. Por qué lo único que puedes ver en tu maravilloso cuerpo son defectos. Mucho de esto, poco de lo otro. «Borra esta foto, salgo gorda«, «no subas esta, parezco anoréxica»; «En esta foto se me ve un culo enorme, parece que se me va a salir del pantalón».

Basta. Estoy harta, cansada de oír nada más que quejas y más quejas sobre vuestros cuerpos. Precisamente, es vuestro cuerpo lo que más cómodas debería haceros sentir y sin embargo es lo que más inseguridades provoca. Inseguridades que derivan en celos hacia toda aquella mujer que parezca tener un cuerpo mejor que el tuyo. Inseguridades que te hacen sentir que nadie podrá fijarse nunca en ti, como si fueras invisible.

Seguro que todas lo habéis sentido alguna vez, adivinad de quién es la culpa. Correcto, ¡del patriarcado!. Sí, él impone los cánones de belleza que hacen que ninguna mujer esté contenta con su cuerpo. Claro, que así pueden tenernos más controladas porque la inseguridad solo provoca fragilidad, sobre todo mental. Además pueden vendernos cientos de productos milagrosos que harán que tu celulitis desaparezca o que tu piel vuelva a brillar como si tuvieras quince años porque tu cuerpo es una «cosa» que hay que arreglar.

Lo cierto es que al patriarcado solo le gusta una mujer y es la que ha retocado en sus revistas para que todas queramos tener ese cuerpo, ese que no existe porque ha sido modificado. Es verdad que a los hombres también les han impuesto un patrón de belleza irreal, la diferencia radica precisamente en eso, todos somos conscientes de que es irreal y no pasa nada si un hombre tiene unos kilos de más o de menos porque, además, el físico no es la cualidad más importante de un hombre, mientrás que sí lo ha sido de las mujeres a las que siempre nos han juzgado más por nuestro aspecto que por lo que somos realmente. No importa mucho que una mujer sea lista, carismática, cuando envejezca y pierda su belleza ya no será aceptada por esta sociedad. Sino, pensad en los telediarios, ¿cuántas mujeres maduras se sientan cada día delante de la cámara? Al lado de los Matías Prats o los Pedro Piqueras sólo hay maniquíes jóvenes que van cambiando cuando pasan los años. Pocas son las mujeres que logran seguir frente a las cámaras pasada la barrera de los cuarenta.

Las que salen (y las que no) son además esclavas del maquillaje. Que no seré yo quien critique el maquillaje, me parece perfecto siempre y cuando no sea indispensable para la vida de una mujer. Es decir, que no puedas salir a la calle sin él porque entonces te sientas fea e irrelevante. El maquillaje es fantástico cuando te apetece arreglarte y sacarte partido pero a mí me encanta poder ir a trabajar luciendo mis ojeras para que todos sepan lo cansada que estoy o lo bien que me lo pasé la noche anterior. No veo a los hombres luchar contra sus ojeras o contra esos granitos que a todos nos salen, en cambio las mujeres nos empeñamos en parecer siempre perfectas, como muñequitas de porcelana que siempre tienen la misma cara.

Y así pasan los días y dedicamos más tiempo a vernos bellas que a nosotras mismas. Te pierdes planes porque «no me da tiempo a depilarme» o «tengo que peinarme y maquillarme antes de salir». Mientras, los hombres pueden elegir disfrutar de un día de playa sin que su vello corporal sea un impedimento y hay mujeres que no pueden salir de casa con un pelo de más. Sería tan bonito que las mujeres tuvieran las mismas opciones que los hombres para decidir si quieren depilarse o no; o si quieren maquillarse o no sin que la sociedad las mirará como a bichos raros.

No quiero con este artículo criminalizar ningún tipo de belleza ni romper con todo lo establecido, solo me gustaría que cada mujer se replanteara la relación que tiene con su cuerpo. Que se aceptara. Que sea consciente de que puede elegir hacer lo que quiera con él, porque tu cuerpo es tuyo y de nadie más. Y ya está, si consigo eso, he cumplido.