La Línea de Fuego

Por gorda

Salgo de trabajar a las diez de la noche y bajo andando a Cibeles para coger el bus. A esas horas ya ronda el toque de queda y gente volviendo a casa. Hace unos días se sentaron a mi lado dos chicas. Una, delgada y alta, esbelta, con ropa ajustada y perfecta para el canon de belleza. La otra, gorda y corpulenta, vistiendo ropa ancha que disimula lo que no debe ser visto. 

“Oye, gracias por la tarde de hoy, necesitaba algo así”, dice la chica delgada. Por lo que consigo entender su novio la ha dejado plantada. Necesitaba desconectar, esparcirse, refugiarse con una amiga. La chica gorda sonríe debajo de la mascarilla y le dice que no hay de qué. Que tienen que repetir más. Entonces la chica delgada le pregunta “y tú, ¿qué?”. Su amiga se queda callada unos segundos. “Yo conocí a un chico por Internet… Que me gustaba y supongo que es lo más cerca que he estado de tener novio”. 

“No nos conocemos en persona, me decía cosas bonitas y luego desapareció”, cuenta. La chica delgada no dice nada, pero la chica gorda sigue con su relato, como excusándose y pidiendo perdón. Dice que esperaba a algo. Que tiene treinta años y nunca ha tenido novio. Que supone que tiene que esperar a que aparezca la persona adecuada. Que igual no aparece. Porque claro, quién la va a querer a ella. 

Me veo en ella hace un tiempo. Cuando mis amigas contaban sus idas y venidas amorosas, las discusiones y reconciliaciones con sus novios. Y yo solo podía pensar que al menos alguien las quería. No como a mí. Que debía de ser una persona poco querible. Por gorda, la mayoría de las veces. Solo pensaba que ojalá tuviese a alguien que me aguantase premenstrual cuando lloro viendo Mejor… Imposible todos los meses, alguien con quien poder discutir y a quien coger de la mano cuando lo necesitara. 

Tardé mucho, para la media, en tener sexo. Me obligaba a mí misma a mentir cuando en algún grupo de amigos salía el tema. Cuando estaba en Madrid mentía y decía que lo había hecho en Cáceres, cuando estaba en Cáceres mentía y decía que lo había hecho en Madrid. Mentía solo porque quería ser normal y tener vivencias que tienen las personas normales. Hice muchas tonterías por ser normal y por encajar. Lloraba mucho porque yo solo quería que me quisieran y no sentirme una mierda. 

Todos los septiembres, al empezar el curso, me juraba a mí misma que iba a adelgazar y que iba a encontrar novio. Porque para mí esas dos cosas iban de la mano. Mientras no tuviese un cuerpo delgado no podría ser aceptada por nadie. Ni siquiera por mí. 

Mi amiga Rocío por aquellos entonces me construyó lo que ella llamaba la teoría de la DGT: enciende las luces para ver y ser vista. Se basaba en que lo que necesitaba era quererme y no tener miedo a mostrarme como era. Así sería vista y yo misma vería. Pero tenía las luces rotas y de mala calidad y no había manera de pasar la ITV. Es muy jodido encender las luces cuando la sociedad se empeña en ir con un bate y rompértelas. Eso lo aprendí por las malas. 

Pero también que llega un momento en el que tienes que coger el bate, ponerte de cara a la sociedad gordófoba y gritar “AQUÍ ESTOY, ASÍ SOY, Y SI TE ATREVES A ROMPERME DE NUEVO LAS LUCES TE TRAGAS EL BATE”. Me hubiese gustado poder decirle eso a la chica gorda que espera a que pase algo para empezar a vivir mientras consuela a su amiga por algo que ella ansía. 

Me hubiese gustado decirle que llega un momento en el que te das cuenta de que lo importante no es cómo te vean, sino cómo te ves. Que igual tienes que hacer muchas tonterías por el camino. Cometer errores. Incluso pasar un rato de esas amigas que sin quererlo te hacen daño con sus comentarios. Porque en el camino para encontrarte hay muchos pasos y algunos no son agradables. Aun así te ellas te van a esperar. Las que de verdad te quieren. 

Que mira, el sexo no es lo más importante. Que eso de compararnos en función a cuántas relaciones tengamos o dejemos de tener es una tontería suprema. Porque cada persona tiene sus tiempos y sus necesidades. Que no te mientas. No te obligues a ocultarte. No tiene nada de malo ser virgen pasados los veinticinco igual que no tiene nada de malo no serlo con dieciséis. Tampoco dejes que nadie te haga sentir inferior por no tener esas experiencias vitales. Tu valor como persona no se encuentra ahí. 

Me hubiese gustado decirle que un día sin darte cuenta llega alguien que te valora y que te besa y te acaricia por lo que eres. Sin necesidad de que cambies nada. Que la belleza está en el interior pero también fuera de los cánones estéticos normativos. Y que no hace falta que haya alguien que te quiera. Que eres una persona completa y perfectamente válida. Aunque tengas rollos en la espalda, estrías, celulitis o te cuelgue un poco la barriga. Llega un día, en serio, en el que te haces una foto medio desnuda y piensas «joder, si soy divina, ¿qué coños me estás contando de que necesito no sé qué operación bikini?».

Llega un día que de verdad te miras al espejo y no ves a una extraña, a una gorda que lleva una delgada en su interior. Ves a una gorda resplandeciente orgullosa de sus curvas que no están donde el patriarcado quiere. Miras a una gorda dispuesta a vivir feliz. A abrazarse y a disfrutar de la vida. Yo siempre quise un cuerpo renacentista porque me parecía lo más bonito que podía haber. Ahora que soy consciente de él, tengo un cuerpo renaciendo.