La Línea de Fuego

Buscando a mi interlocutora: carta a Carmen Martín Gaite

Querida Carmen Martín Gaite:

Hay quien podría pensar que esta carta es un atrevimiento por mi parte, escribirle a usted sin conocerla de nada, no creo que fuera su caso. Aunque, bueno, no es del todo cierto que no la conozca. He leído gran parte de su obra, así que creo que podría afirmar, con cierta seguridad, que la conozco. Una vez aclarado esto, espero que me permita empezar a tutearla, quizás sea un mal de mi generación, pero se me hace imposible hablar con mi voz usando este formalismo ya anticuado. La razón por la que te escribo esta carta es porque justo estoy leyendo La búsqueda del interlocutor. Su lectura me impulsó a escribir. Tenía que escribir algo sobre ello. Entonces me di cuenta de que yo también necesito un interlocutor para escribir y ¿qué mejor interlocutor que la misma Carmen Martín Gaite?

Antes de entrar en materia, me gustaría hablarte un poquito de mí, creo que es lo justo ya que no sabes nada de la mujer que te escribe esta carta. Me llamo Belén. No nací en una ciudad de provincias, nací en la capital, pero en un barrio que era como un gran pueblo. Mi amor por la lectura ha existido siempre, sin embargo, primero me enamoré de las autoras anglosajonas. Igual que las mujeres de tu generación mirabais al exterior y ansiabais esas historias de Hollywood, yo misma he buscado más allá para dejarme embriagar por otras letras. Fue hace poco más de un año cuando la persona que posiblemente mejor me conoce me habló de ti y me dijo que tus libros me iban a encantar. Empecé con Usos amorosos de la posguerra. Acertó. Ahora mismo, eres la autora de la que más obras tengo en mi biblioteca. Te has convertido en mi propio Macanaz, una obsesión sobre la que no dejan de surgirme preguntas y más preguntas. 

Una vez hecha esta breve presentación, me gustaría contarte que me he emocionado leyendo los prólogos que escribiste para las distintas ediciones de La búsqueda del interlocutor, sobre todo con el de la tercera edición, la que salió justo el año en que te fuiste. Decías: 

“El libro que hoy entrego a Anagrama lleva aún engastada en sus entrañas el ansia por hallar un hueco y salir a flote. Se lo traspaso como un objeto frágil y amenazado posiblemente de rotura, a quien conoce y valora mis esfuerzos por recoger el material delicado y a la intemperie”

Me gustaría poder contarte que esta edición se agotó tan pronto como las otras dos, que ahora es casi un tesoro que en algunas páginas de libros de segunda mano se vende por cientos de euros. También que la editorial Siruela ha recogido esta edición, ha rescatado los tres prólogos que tú escribiste para estos textos y ha añadido uno precioso de Manuel Longares. Tu búsqueda del interlocutor ha alcanzado su cuarta edición. Ha sido una de las “novedades” más esperadas de este mes de abril.

Reconozco, pero solo aquí en privado, que me moría de envidia con el prólogo de Longares. Esa forma en la que habla de ti, de cómo llegabas a las redacciones y todo el mundo dejaba lo que estaba haciendo para acercarse a conocer a Gaite. Pero, cuando más envidia sentí es cuando Longares nos narra esa visita a tu casa en Doctor Esquerdo. Paso mucho por la puerta, hay una plaquita colocada con tu nombre y siempre fantaseo sobre cómo sería subir allí. Longares lo describe estupendamente con ese “hablemos” que te caracterizaba. Supongo que como ya nunca podremos hablar, esa es la razón por la que te escribo esta carta. 

Es evidente por qué quiero hablar contigo de este libro, por qué te escribo para que podamos hablar de ello. Porque yo, y todas las de mi alrededor, no dejamos de buscar al interlocutor: “Me limito a señalar que se escribe y siempre se ha escrito desde una experimentada incomunicación y al encuentro de un oyente utópico”. Leo esta frase y pienso en todas las palabras escritas de tu mano que he leído. Todas ellas me invitaron a la conversación con tu obra, y, por ende, contigo. A veces te siento como esa madre del orden simbólico que promulgaba la feminista italiana Luisa Muraro. Tú me das las herramientas para entender y vivir este mundo patriarcal, me cuentas cómo fue la vida para las mujeres de tu generación, me señalas esos males que sufristeis y que, de una forma u otra, seguimos sufriendo nosotras. 

Mentiría si te dijera que leyendo este libro no he pensado en que todo el ruido de las redes sociales sería insoportable para ti. En “Las trampas de lo inefable” haces una crítica terrible a este ruido comunicativo. En las redes sociales, sobre todo en Twitter, sucede mucho esto. El ruido comunicativo es tan grande que hace imposible el diálogo. Nadie cuida a la palabra y no se entabla conversación con intención de dialogar, sino de imponer la opinión de uno sobre el otro, sin más opciones. Yo misma estoy enferma de este mal. A su vez, no puedo evitar pensar que te horrorizaría contemplar cómo la mentira se usa en el discurso sin ningún tipo de pudor. Es verdad que todos queremos ser escuchados, pero muy pocos quieren escuchar, por eso es tan importante la búsqueda del interlocutor. 

Por eso, entre todo este ruido, hay muchas que siguen buscando a su interlocutor, o, para ser más concretas, a su interlocutora. Cada vez que leo alguno de tus textos, tengo la necesidad de hablar sobre ellos, como “Los malos espejos” que dan comienzo a este libro. Me hablas aquí de cómo nos ven los demás, de cómo somos etiquetados en sociedad y cómo, gracias a esas etiquetas, somos leídos por la mayoría de personas. Sin embargo, nosotras seguimos ansiando que alguien se interne a mirar dentro de nosotras, no solo que se asomen para leer el etiquetado, sino que se sumerjan en nosotras para dialogar y conocer realmente a la persona. Esto no es más que la ansiada búsqueda de esa interlocutora con la que podamos ser y que ella, a su vez, nos devuelva la imagen de nosotras que realmente es:

“Y solamente aquellos ojos que se aventuraran a mirarnos partiendo de cero, sin leernos por el resumen de nuestro anecdotario personal, nos podrían inventar y recompensar a cada instante, nos librarían de la cadena de la representación habitual, nos otorgarían esa posibilidad de ser por la que suspiramos.”

¿Es que acaso podemos ser sin contarnos? Es evidente que no, lo explicas muy bien cuando dices que “cuando vivimos, las cosas nos pasan; pero cuando contamos, las hacemos pasar”. Todo eso que nos compone como personas, eso que podemos llamar memoria, son historias que nos contamos a nosotras mismas antes de que caigan en el arcón de la memoria. Muchas veces, necesitamos inventar al interlocutor con la palabra escrita para poder contarnos todo esto, como tú hiciste en El cuarto de atrás. Como hiciste, también, muchos años antes, en El libro de la fiebre.

Querida Carmiña (tienes que perdonarme la confianza, es que ya te siento casi como una amiga), podría seguir escribiendo esta carta hasta el infinito. Permíteme que te hable solo de dos temas más que tratas en esta obra. El primero es ese recetario contra la prisa, remedio que necesito más que nada. Es completamente cierto que la prisa se nos ha metido dentro como una enfermedad y lo hacemos todo con prisa porque no es que tengamos prisa, es que la prisa nos tiene a nosotras bien agarraditas y se resiste a soltarnos. 

La segunda es la cuestión de las mujeres. Eternas protagonistas de tus novelas, con ellas me has enseñado cómo fue crecer en la posguerra, cómo el cine era la ventana de libertad a otros mundos muy lejanos a las ciudades españolas de la época. También me has hablado de los usos amorosos que os fueron impuestos. En esta obra, hablas de modelos de mujeres que guardan mucho en común: Emma Bovary y Marilyn Monroe. Ambas murieron porque quisieron “darse a valer mediante la exaltación de su femineidad y no les bastó”. Me hablas también de esa dictadura de la belleza que nos persigue y que ahora, además, tiene un aliado enorme en la publicidad. Pero, sobre todo, me hablas de esas mujeres liberadas que se divorcian y siguen sin encontrar la felicidad, pues repiten patrones al buscar ese amor romántico, ideal inalcanzable, pero sin el que nos han enseñado que nos quedamos vacías, solas. Tú te divorciaste y te reconciliaste con tu soledad, aunque nunca estuviste realmente sola, tenías una red enorme.

Me gustaría terminar esta carta con tus propias palabras cuando reflexionas sobre que da igual si es en matrimonio, en amistad o en una relación amorosa, para que todo funcione en las relaciones personales, siempre hay que involucrarse:

“En el fondo, no es cuestión de instituciones, ni de títulos, ni de modas, sino de entender que el relacionarse con los demás es siempre arriesgado y condicionante, pero también enriquecedor. Y que hay que elegir entre estar con los demás o estar solo.”

Me despido, no sin antes disculparme por no haber escrito esta carta a mano, sé que para ser verdaderamente tu amiga, deberías conocer mi letra.

Con cariño,

Belén

*Todas las citas de esta carta pertenecen a La búsqueda del interlocutor de Carmen Martín Gaite. Ed. Siruela.