La Línea de Fuego

Descolonizar el feminismo: unidas pero no homogéneas

En 1958 en Argelia, se desvelaba a las mujeres en la plaza pública. La razón es que el velo en las mujeres musulmanas argelinas era considerado un símbolo de un país retrógrado y anacrónico. En realidad, no era una cuestión religiosa en sí, sino que estaba vinculada al tratamiento de la población musulmana por parte de Francia. En la época colonial, se respiraba cierta misión civilizadora y el primer paso de cambio recaía en el cuerpo de las mujeres.  

Unas décadas más tarde, justo después de aquel 11 de septiembre de 2001 que cambió el mundo, se intensificó el discurso del desvelamiento. “White men are saving brown women from brown men” (Los hombres blancos salvan a las mujeres morenas de los hombres morenos), que pronunció Gayatri Spivak, sigue siendo válida para la mayoría. Bajo este mensaje, solo los hombres aparentemente feministas lo son frente al claro sexismo de otros hombres. 

Tanto en el siglo pasado como en este, la cuestión de la mujer y concretamente, del velo, ha sido siempre la avanzadilla de una misión civilizadora de un occidente progresista y moderno hacia un oriente arcaico y retrógrado. Sin embargo, rara vez nos planteamos el mismo debate, o al menos con la misma intensidad, con mujeres judías o cristianas. Es una vieja discusión. Tal y como cuenta Zahra Ali, en el siglo XIX en Egipto, casi todas las mujeres usaban velo, fueran judías, cristianas o musulmanas; sin embargo, los británicos – uno de cuyos representantes fue Lord Cromer – solo consideraban el velo de las musulmanas como símbolo de la opresión de las mujeres y del arcaísmo del islam. 

Ziba Mir Hosseini explica en uno de los textos del libro, que en el siglo XVIII, Mary Wollstonecraft, en Vindicación de los derechos de la mujer, cita varios pasajes bíblicos para defender la igualdad esencial entre hombres y mujeres y refutar los argumentos filosóficos de la Ilustración que sostenían que la mujer era diferente al hombre. Un siglo después, Elizabeth Cady Stanton lanzó una campaña por la igualdad de derechos dentro de un marco religioso e incluso llegó a escribir La Biblia de las mujeres. Estos discursos políticos y socioeconómicos fueron posibles gracias a las nuevas condiciones sociales que, a su vez, permitieron una nueva comprensión de los textos y de la situación de las mujeres en occidente. 

¿Cuál es el trabajo del feminismo islámico?

El trabajo del feminismo islámico es esencialmente transformador aunque aún se enmarque entre la discusión de ocupar y disputar espacios de relectura o huir. 

Aquellas mujeres que desean interpretar en clave femenina los textos islámicos, cuya lectura ha sido monopolizada por los hombres desde el principio de los tiempos, cuentan con una triple opresión: por el hecho de ser mujeres, por el discurso islamófobo y por algunos discursos de feministas occidentales que consideran que el feminismo y el islam son antagónicos. 

El feminismo en el mundo árabe es un patchwork y su objetivo no es otro que lograr la igualdad entre hombres y mujeres. Entender el feminismo islámico como un oxímoron invisibiliza la lucha de las mujeres que no han querido renunciar ni a la igualdad ni a su tradición, sino que han preferido estudiarla para reinventarse. También, oculta parte del feminismo árabe laico que coexiste con el feminismo islámico. 

La compilación de Zahra Ali en ‘Feminismo e Islam’ da las claves para contextualizar la lucha de las mujeres musulmanas contra el patriarcado y luz para todos aquellos que se creen libres de prejuicios. Es un mapa que recorre de Egipto a Irán, de Marruecos a Siria, de Indonesia a Francia y Estados Unido con investigadoras, intelectuales y militantes que llevan años trabajando en una revolución feminista en el corazón mismo de la religión islámica.

‘Feminismo e Islam’ nos da un relato sobre cómo la inclusión de diferentes formas de dominación entre mujeres, no implica una debilitación del movimiento feminista en su conjunto, que debe ser transformador en todos los ámbitos. Tal y como defiende la autora, la unidad del feminismo, no reside en su homogeneización. 

En uno de los textos, la doctora marroquí Asma Lamrabe propone que deberíamos negarnos a perpetuar esquemas binarios y reductores que obligan a las mujeres musulmanas a elegir entre una visión tradicionalista y literalista del islam que las condena al aislamiento, y una modernidad que, al parecer corresponde únicamente a una visión etnocéntrica de Occidente. 

En el libro, se manifiesta la necesidad de que sean nuestras compañeras musulmanas quienes decidan, cómo transformar su realidad, como resignificar sus símbolos y como reeditar sus textos. El feminismo laico y blanco, en el que muchas encajamos, no puede cruzar la línea de discursos islamófobos propios de partidos ultraderechistas o  transformarse en el paternalismo, que no es más que el hijo pequeño del colonialismo del siglo pasado.