La Línea de Fuego

Ni heroínas, ni villanas: las mujeres conservadoras como producto audiovisual

Antes de la cita con Margaret Thatcher, la reina Isabel le comentó a su marido, Felipe de Edimburgo, la victoria de la líder conservadora. «Lo que le faltaba a este país», señaló él,  a lo que la reina respondió con un tono preocupante: «¿Que?. «Dos mujeres llevando las riendas” le respondió. «Quizás es exactamente lo que se necesita», concluye ella. Es una de las escenas del primer episodio de la cuarta temporada de The Crown, calificada por Netflix como pura ficción. 

En la primera reunión entre ambas, la Reina Isabel intuye que dentro del gabinete de una primera ministra habrá más mujeres, pero falla en su suposición.  “Por supuesto que no habrá ninguna mujer”, señaló Thatcher dejando claro cuál iba a ser su postura sobre el papel de la mujer en la Inglaterra de los años 80. “En general, no son adecuadas para ocupar el poder» continúa, a lo que inevitablemente la Reina le pregunta: «¿Por qué?». La respuesta de la primera mujer en llegar a liderar un Ejecutivo en Reino Unido es un tópico machista: «Son demasiado sensibles».

Sin embargo, en un artículo en Time, Eliana Dockterman, señala que Margaret Thatcher llora mucho en The Crown. Y tiene razón. La conservadora se ganó el título de ‘Dama de Hierro’ durante once años de gobierno en Reino Unido, pero a través de la pantalla la vemos abrumada por sus emociones. Intenta aguantar las lágrimas con la desaparición de su hijo y sufre desconsoladamente a solas cuando los hombres de su gabinete se ponen en su contra. 

Margaret Thather, que cocinó y sirvió kedgeree a sus ministros mientras se reunían en su casa para abrir una nueva guerra en las Malvinas, utilizó su identidad como una bandera política, que aún a día de hoy deja resaca entre admiradores y detractores. “Los ojos de Calígula y los labios de Marilyn Monroe”, era la definición que usaba el expresidente francés François Mitterrand para referirse a ella. 

Durante más de una década, Thatcher revirtió la mayoría de los programas sociales que protegían a la clase trabajadora británica y fundó el sistema financiero por el cual surgirían las consecutivas crisis económicas, incluso tras la finalización de su mandato. Thatcher tiró a la basura todo contrato social y logró modificar las bases culturales británicas hasta tal punto que sus políticas aún se resienten hoy en día. Con Thatcher en Downing Street, aumentó la desigualdad, la pobreza y también, la brecha de género. Ella logró romper el techo de cristal, pero nunca levantó del suelo al resto de mujeres británicas. 

Margaret Thatcher rompió el techo de cristal pero nunca levantó del suelo al resto de mujeres británicas

Tras ver la última temporada de The Crown, he tenido que volver a releer los ejes vertebrales de las políticas de Thatcher porque me sentía una intrusa al lograr empatizar con ella e incluso celebrar su determinación cuando en su despacho va tachando de la lista a todos los hombres traidores de su gabinete.  

Thatcher, Schlafly y el individualismo frente a lo colectivo en la pantalla

A Thatcher en The Crown le sucede lo mismo que a Phyllis Schlafly en Mrs. America. Esa mujer ultraconservadora incluso para los ultraconservadores que defendió el papel de la mujer de buena esposa y se opuso ferozmente a la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA por sus siglas en inglés) en Estados Unidos. En un punto, no queremos que Schlafly consiga sus objetivos pero queremos que le ponga los puntos sobre las íes a su marido cuando este se enfada por las decisiones que comienza a tomar sin consultarle. 

Gracias al empuje del feminismo, Schlafly puede formar una asamblea exclusiva de mujeres para conseguir sus objetivos, a pesar de estar totalmente en contra de sus principios. Schlafly es la abeja reina por excelencia porque su empoderamiento como mujer no garantiza el de las demás.

Cate Blanchett en Mrs. America (HBO)

Tanto Schlafly como Thatcher  se han criado al calor de familias ultracatólicas, bajo el mantra de la meritocracia, creyendo que la idea del esfuerzo y el trabajo duro les permitirá cumplir sus sueños. Thatcher fue a uno de esos colegios ingleses en los que puedes combinar como clases extraescolares piano, hockey sobre césped y recitales de poesía; Schlafly consiguió estudiar política gubernamental en la prestigiosa college de Radcliffe, cuando Harvard todavía no aceptaba mujeres en sus clases. En realidad, nadie elige donde nacer y no pasa nada si te ha tocado tener la suerte de elegir tus clases extraescolares o saltarte la cola para entrar a la universidad, pero sirve para entender la forma en la que cada una vemos el mundo. 

La realidad es que Thatcher y Schlafly hicieron mucho ruido al entrar en el prestigioso club de los hombres pero han sido fieles amigas del patriarcado del mismo modo que hoy en día lo son Amy Coney Barrett, Sarah Huckabee Sanders, Kellyanne Conway o Hope Hicks. Se les permite pasar porque no van a alterar los privilegios del club masculino. 

Sin embargo, lo que no está lejos de la realidad es el empeño de productoras audiovisuales de generar empatía en personajes femeninos en nombre del feminismo sin analizar las consecuencias que puede tener la representación en la pequeña pantalla exclusivamente de las victorias individuales. ¿Cuál sería la narrativa audiovisual si estos personajes exploraran de cerca la ideología de estas mujeres contra las mujeres?

Tal y como recoge Sonia Saray Un en Vanity Fair, “hoy en día, hay muchas mujeres estadounidenses que hacen campaña contra el acceso al aborto, pero en televisión, en series y en películas donde el personaje se basa en la identidad y donde el conflicto debe avanzar hacia una resolución, la realidad es difícil de transmitir”. En el intento de dedicar todos los esfuerzos a generar simpatía a través de la caracterización, a menudo estos personajes quedan atrapados en la confusión.

En el intento de dedicar todos los esfuerzos a generar simpatía a través de la caracterización, a menudo estos personajes quedan atrapados en la confusión.

El mercado audiovisual funciona como cualquier otro: a través de la ley de la oferta y la demanda. Si ahora, ciertos semilleros neoliberales quieren fabricar productos audiovisuales a costa del movimiento feminista, al menos tienen que garantizar que muestran una realidad en la que las victorias individuales de algunas mujeres no suponen necesariamente una victoria para el avance de los derechos de todas. 

Esto me hace recordar que hace poco leí en The Guardian un artículo que contaba que Iain Dale, un buen tory y el editor de Margaret Thatcher: A Tribute in words and Pictures se preguntó: “Dicen que no era feminista pero hizo algo increible por las mujeres: Recuerdo a finales de los 80, mi sobrina de seis años me decía: tío Ian, ¿puede un hombre ser primer ministro?”.

Sin embargo, más allá de visibilizar que ha podido llegar al poder y romper ese techo de cristal ¿que ha hecho Thatcher por los derechos de las mujeres británicas? El hecho de pintar de feminismo a través de la empatía de los caracteres anula nuestra comprensión sobre qué significa apoyar políticas públicas feministas, no sólo a figuras políticas femeninas. 

La irrupción en el club de los chicos debe quebrantar todas las barreras: romper los techos y hacer despegar del suelo a tus compañeras. La semana pasada, tomó posesión Kamala Harris, la primera mujer vicepresidenta en 231 años en Estados Unidos. Ha supuesto el inicio de una nueva era en la historia, pero más allá de la representación performativa que supone su llegada a la Casa Blanca, no podemos olvidar el largo recorrido colectivo, no solo individual, que aún queda por hacer en la defensa de nuestros derechos. Esa es la realidad que reclamamos que tiene que ser visibilizada.