La Línea de Fuego

Los barrios y las madres en Atenas, entre la dulzura, la dignidad y la memoria

“Grecia ofrece algo que no encuentras en ningún otro país: el conocimiento de uno mismo” 

Lawrence Durrell

“La vida en Grecia es dulce, pero sin dinero es amarga y miserable. Me importa un bledo la dulzura de la vida, lo que quiero es dignidad. Sin ella, hasta la miel en los labios es amarga. Y la dulzura de la vida es la religión de los griegos”. Es lo que le cuenta Theodor Kallifatides a su mujer durante el viaje de regreso a Grecia después de 50 años de emigrante en Suecia. En realidad, los griegos han escogido la dulzura de la vida como algo cultural pero sin rechazar la dignidad como algo político. Algo que les intentan arrebatar cada poco sin éxito.

Theodor Kallifatides escribió ‘Otra vida por vivir’ en 2015, cuando Grecia se derrumbaba. Tras la crisis económica de 2008, los dirigentes griegos tenían que vender el 110% de su país si querían saldar su deuda con Bruselas. Fue una negociación que estuvo a punto de costar la asfixia del pueblo heleno tras un plan de rescate que suponía un ritmo de devolución imposible, a la vez que paternalista, humillante y desigualitario. Aparte de la pobreza, los griegos vieron como las revistas holandesas hacían caricaturas de su gente como en la época de Goebbels, mientras sufrían las colas en los bancos por el miedo a una catastrófica advertencia Europea. 

Los fuertes hacen cuanto pueden y los débiles sufren cuánto deben, según Tucídides, pero en la cultura de la dulzura, los griegos habían elegido vivir y también, luchar. En aquel mismo verano, dijeron OXI (no en griego) y acogieron a los refugiados y refugiadas que llegaban a sus costas. Como en cualquier tiempo de crisis, volvían a aflorar los vicios y las virtudes de las costumbres propias. En las tabernas sonaba Thanos Mikroutsikos y se bebía Ouzo como símbolo de una revolución nacional.

En la Atenas de 2015 había algo propio de 1973, año en el que miles de estudiantes y obreros ocuparon la Universidad Politécnica para acabar con la dictadura de los Coroneles. La revuelta estudiantil que ocupó la politécnica, ubicada cerca del histórico barrio anarquista Exarchia, fue duramente reprimida por los tanques del ejército y la policía. Sin embargo, el grito de ‘Pan, educación y libertad’ de aquel año, aún está vigente en aquellos que perdieron todo y siguen sin conquistar nada.

En Exarchia, tras la caída de la dictadura, se incrementó el movimiento contracultural y anarquista que ya llevaba décadas gestándose a través de diversas movilizaciones estudiantiles y obreras. Exarchia es un símbolo de la lucha antifascista, que vió como la policía mató de un tiro al corazón a Alexandros Grigoropoulos, de 15 años. La imagen quedó en la memoria de toda una generación. 

Desde la llegada al gobierno de Nueva Democracia, en julio de 2019, se ha extendido la idea de que romper Exarchia supone romper la radicalidad del país. En Exarchia, me contaba una amiga que vive en el barrio, se combina la lucha con las drogas. La sisa griega es la “cocaína de los pobres”. Aquellos que no pueden pagar heroína o cocaína toman sisa, una metanfetamina cristalina fabricada con materiales contaminados como aceite de motor y ácido de baterías. Se fuma o se inyecta y cuesta entre dos y tres euros. Exarchia está llena de sisa porque es un negocio que cala entre todos aquellos que no tienen ni hogar, ni dinero ni perspectivas de futuro. Exarchia hace lo que puede por sobrevivir pero abraza al refugiado, al migrante y a todo el que se quiera pasar. Son las consecuencias entre la dulzura y la dignidad.

“Lo hiciste, hijo mío”

A pocos kilómetros de Exarchia está Keratnisi, un barrio obrero cerca de El Pireo. La mayoría, trabaja como operarios navales, en la construcción o en los barcos de aquello que da el mar. En 2013, Pavlos Fyssas salía de ver un partido de fútbol en un bar del barrio cuando Giorgos Roupakios se acercó preguntándole por el nombre de la calle en la que se encontraban. Giorgos le asestó una puñalada que le costó la muerte a Pavlos. El asesino trabajaba en la cafetería de Amanecer Dorado. Era un fascista. 

En un debate televisivo dedicado a la muerte de Pavlos, Antonis Samaras, el principal consejero del primer ministro en 2013, dedicó más tiempo a lanzar dardos sobre Syriza, principal partido de izquierdas en la oposición y a afirmar que ese partido no forma parte de lo que llamó «el bloque constitucional».

En la calle, los antidisturbios se mezclaban con los simpatizantes de Amanecer Dorado. Se desdibujaba la delgada línea entre ambos. En el resto de Europa, las mismas víctimas y verdugos vivían entre las mismas afirmaciones y hechos. 

Magda Fyssas es la mamá de Pavlos. A la salida del juzgado la semana pasada, cuando se declaró que Amanecer Dorado era una organización criminal, solo pudo gritar “Lo hiciste, hijo mío”. Ella se ha convertido en un icono antifascista y ha celebrado la sentencia. Las ideas no mueren con las organizaciones políticas que representan, pero hay que disfrutar las victorias. Son regeneradoras, alivian y calman a todos los que claman justicia. 

Grecia siempre será caótica. Es una frase que se me quedó grabada mientras veía la delicada y encantadora serie ‘Los Durrell’. Sin embargo, los barrios de Atenas y sus madres siempre estarán entre la dulzura y la dignidad sin perder la memoria. Es parte de ese don revolucionario que intentarán arrebatar, pero sin éxito.