La Línea de Fuego

Marta Sanz: «La violencia cotidiana y doméstica es la calcificación de la violencia estructural, económica y sistémica»

«Al final, las historias se resumían en la bonita máxima de que todos perdieron. Entonces Paula y Rosa se abofeteaban mutuamente para no creer en las mentiras, porque unos perdieron muchísimo más que otros y eso se notaba en la alimentación, el tamaño y la calidad de las casas, los juguetes de los niños y los vestidos de primera comunión». Así describe Marta Sanz, en uno de los párrafos de su último libro, pequeñas mujeres rojas (Anagrama), la memoria perdida de una etapa de nuestra historia que se desvanece demasiado a menudo, que se cuenta desde los márgenes de los que perdieron todavía, 80 años después del fin de la guerra, con miedo.

«Con pequeñas mujeres rojas he querido plantear la cuestión de que quizá la equidistancia no es el mejor lugar para contar la historia», dice la autora tras preguntarle por la Literatura como vehículo para conocer de esa parte de la historia y, a la vez, método de sanación. «Quizá las historias pequeñas sirvan para matizar la historia oficial; quizá ya haya llegado el tiempo de que, sin ánimo de venganza, se trabaje de verdad en la justicia y en la reparación; y quizá tengamos que intentar limpiar el presente de esos mohos franquistas que nos llegan del pasado y rebrotan acompañados de la fanfarria de los discursos neoliberales que ensanchan las brechas de desigualdad. Con la literatura y con la poesía se puede colaborar en la consecución de la calidad democrática. Y no solo por el tema que se trate, sino por el estilo con el que ese tema cristaliza en los textos», añade.

La violencia y la memoria como hilos conductores

pequeñas mujeres rojas (con la p principal en minúscula, sí) es el último libro de la trilogía del detective Arturo Zarco que, sin embargo, no implica la necesidad imperiosa de haber leído los libros anteriores, Black black black y Un buen detective no se casa jamás. Porque aquí el protagonista no es Zarco, y quizás tampoco su ex mujer Paula Quiñones, por cuyas palabras discurre gran parte de la narración. Aquí la protagonista es la memoria y toda esa violencia contenida en ella.

«A mí me parece que la violencia cotidiana y doméstica es la calcificación de la violencia estructural, económica y sistémica. Me cuesta trabajo separar el feminicidio y las violaciones del maltrato al que se somete a las mujeres en el ámbito económico: la mayor tasa de paro de las mujeres, el riesgo de pobreza y exclusión, van de la mano de la devaluación del cuerpo de una mujer que pasea sola por la calle o que al llegar a su casa tiene miedo de mantener sus propias opiniones», afirma la autora.

Y nada más lejos de sus palabras en el libro, cuyo comienzo ya eriza el vello desde la primera página en la que Sanz le da voz a los niños perdidos y a las mujeres muertas. A todas aquellas víctimas silenciosas cuyo paradero sigue siendo desconocido en las fosas de un pueblo, en este caso Azafrán (o Azufrón), que podría ser cualquiera de esa España vaciada -y callada- de la que tanto se oye hablar.

Jugar con los espacios narrativos: novela policiaca y política

De esta manera, lo que se describe como una novela negra se funde con la novela política. «Si esta novela es política lo es porque habla de las fosas, las desapariciones, la injusticia cometida, el cuerpo de la memoria y la memoria del cuerpo, los niños perdidos y las mujeres muertas, los feminicidios… Pero sobre todo es política porque firma con el espacio de recepción un pacto de lectura diferente: se sugiere a los lectores y lectoras que «lean despacio» desde la conciencia de que metabolizamos el texto literario y de que la palabra es permeable a la historia, al imaginario sentimental e ideológico, al lenguaje del poder y al de la rebeldía. Leer es escarbar en los estratos y relieves de la fosa para reorganizar nuestra propia cabeza y, en ese ejercicio de lucidez y crítica, intentar conseguir una realidad más equilibrada habitada por seres humanos más felices», matiza.

Aboga Marta Sanz por un espacio de lectura «colocado en las antípodas de la prisa y el bulo» con una literatura que trata a los lectores como «sujetos intelectivos» y no como meros clientes. A ello apela en el título de varios capítulos, a los que añade un paréntesis con la advertencia «léase despacio». Y en verdad, no sale de otra manera leer esta delicia si no es despacio, perdiéndote en los juegos de palabras y en esa narración tan clara como estremecedora, que te hace en ocasiones cerrar los ojos a la vez que te impide dejar de leer.

«Creo que la literatura es un buen sitio para hacer travesuras y trasgredir», admite Sanz, que sostiene la esperanza de que la literatura nos ayuda a pensar desde otro sitio, nos pone esas gafas que van más allá de los medios de comunicación o el academicismo. «Más que molestar por molestar, más que hacer travesuras de enfant terrible, intento experimentar con los materiales de los que dispongo para intentar encontrar a ratos un ‘la’ perfecto entre el ruido. No sumarme a la marea de lo previsible ni siquiera en el modo de entender la retórica y el estilo literarios».


«Nos mataron y nuestros huesitos no salieron a la luz hasta un verano de principios del siglo XXI. Los torturadores de nuestros descendientes y simpatizantes, exhibiendo sus seudónimos de pistoleros del Far West, aún cobraban sus pensiones, y Francisco Franco ocupaba su espeluznante mausoleo».



«La libertad no es solo la libertad de comprar y vender»

Una parte muy importante del libro, el grueso donde se sostiene, es en la familia Beato-Melgar, que no es ni más ni menos que una de esas familias empoderadas de cualquier pueblo, con todos el secretismo que ello conlleva. El patriarca, Jesús Beato, inculca en esa familia ese criterio de ser «gente de bien» sin ideología.

Para la escritora, «hoy que la ‘ideología de género’ y la ‘ideología de la memoria’ se demonizan desde un discurso aparentemente arcangélico que, sin embargo, es un discurso fascista, rancio, retrógrado, conservador de los privilegios de clase, explotador, racista, xenófobo, antiecológico, antifeminista, antianimalista, confesional y autoritario».

Explica que por eso el patriarca infunde esas ideas en su familia, que es mejor no tener ideales, pero «no está nada mal tener ideas: ideas de emprendimiento que a veces se relacionan con la especulación, la explotación y el latrocinio». «La libertad también tiene que ver con los cuidados y la conservación de la salud y la solidaridad con los otros. Nos roban las palabras y eso no lo podemos tolerar quienes nos dedicarmos al oficio de escribir», reclama Sanz.

El aprendizaje dentro del oficio de escribir

«No me gusta pensar que me dedico a la literatura como el hámster que da vueltas en su ruedecilla y, a la vez, tampoco quiero caer en una visión sacramental de la literatura que exalte la originalidad y la genialidad autoriales: escribir, manipulando la célebre anécdota de Miguel Ángel, se parece un poco a descubrir las figuras dormidas dentro de la piedra. No se crea nada. Con el trabajo de la palabra se descubren cosas que ya están aquí, pero que a menudo no vemos o no queremos ver o nos las camuflan con velos tranquilizadores para que no las veamos».

Y es que a lo largo de las más de trescientas páginas de pequeñas mujeres rojas, ineludiblemente hay algo de Marta Sanz más allá de la autoría. «La indignación, la pena y la vergüenza de un país que aún no ha podido enterrar dignamente a sus muertos y vive instalado en un presente falso sin entender que el pasado está en este presente y se proyectará en el futuro. El miedo por el rebrote del huevo de la serpiente en España. La inquietud por el discurso del odio camufaldo de opción democrática. Y la necesidad de hacer algo de la única manera que lo sé hacer: con el lenguaje.

Marta Sanz. Foto de Miguel Lizana

E incluso algo más visceral. «Mientras lo escribía me salió un orzuelo que devolví vengativamente a la narradora principal del libro, Luz Arranz. En todos los libros habitan los fantasmas de quienes los escriben, pero asumir el reto de buscar lenguajes nuevos para interpretar lo real es lo que convierte la escritura en una maravillosa experiencia de aprendizaje. Yo he aprendido mucho del orfeón de mujeres muertas y niños pedidos de pequeñas mujeres rojas», cuenta.

pequeñas mujeres rojas no es un libro que vaya a dejarte indiferente. Probablemente esa indignación, esa pena y esa vergüenza de la que habla su autora atraviese las páginas para llegarte adentro. Con toda su ideología, toda su rabia y todo su aprendizaje. Porque para reconocernos en esa memoria no hay que olvidarnos de que tenemos que seguir leyéndola.