La Línea de Fuego

Arya vs Sansa

Una de las armas más crueles del patriarcado es el fomento de la competitividad entre mujeres. Hace tiempo que me apetece escribir sobre esto y, por fin, me he lanzado. Esta competitividad tiene muchas caras, es un tema muy complejo y se puede abordar desde un montón de perspectivas. De hecho, el otro día vi la versión de Mujercitas de Greta Gerwig en la que por fin se le da a Amy el trato que merece y me encantaría dedicarle otro artículo solo a ese tema, que está íntimamente relacionado con mi tema de hoy, pero no me quiero ir (más) por las ramas. Aquí os dejo esto que llamo “Arya Vs Sansa” o “nunca vas a ser lo suficientemente buena, amiga.”:

Un reflejo de esta competitividad impuesta lo encontramos fácilmente en la cultura popular cuando se recurre al uso de esos binomios héroe-villano que tan asentados están en el imaginario colectivo de nuestra sociedad, como el clásico inocente hijastra- malvada madrastra o el explotado hasta la saciedad ingenua chapona – perversa chica popular del instituto. Hay muchos más y cada uno de ellos da para explayarse un rato, pero para ejemplificar hasta qué punto son crueles estas comparaciones, me he querido centrar en dos personajes del fenómeno de masas por excelencia de estos últimos años: Juego de Tronos.

Las mujeres nacemos en una sociedad que nos educa para ser Sansas en un mundo lleno de hombres (y mujeres) que valoran más a las Aryas. Nos moldean desde antes de nacer para ser dulces princesas sumisas, finas y delicadas que cumplen a rajatabla los preceptos de la feminidad. Nos venden que si conseguimos cumplir con esos estándares, lograremos alcanzar nuestro particular “vivieron felices y comieron perdices”.

Nos lo repiten desde bien pequeñas, desde Disney hasta Hollywood, pasando por las revistas de moda y los anuncios de la TV.  Y nos lo creemos. Y nos esforzamos, depilaciones dolorosas y tacones insalubres mediante, por conseguirlo. Lo que no nos cuentan es lo que pasa después. Lo que no nos cuentan es que cuando conseguimos, cada una dentro de sus posibilidades, rozar ese ideal de perfección femenina…nos odian por ello. Sí, habéis leído bien. Esa es la parte más retorcida del plan. Nos odian algunas mujeres porque el patriarcado ha conseguido sembrar en ellas la semilla de la envidia (“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”, Simone de Beauvoir); y nos odian también ellos, por ser lo que nos han dicho que teníamos que ser. 

Nos llaman “el sexo débil”. Nos ridiculizan si nos gustan las comedias románticas y se quejan si no queremos ver la última de Nolan en el cine. Se meten con nosotras por caminar más despacio por culpa de los tacones y nos llaman tontas si nos preocupamos por nuestra imagen. Nos dicen que estamos mejor sin maquillar y sin operar, pero se masturban viendo porno protagonizado por mujeres hipersexualizadas. Nos humillan si decidimos quedarnos en casa y criar a nuestros hijos, restándole valor a los cuidados, robándole la categoría de trabajo.Y se ríen cuando gritamos porque hay un bicho, o cuando se nos cae la baba con un bebé.

Porque lo guay es ser la amiga que bebe a morro y se tira eructos, la que habla de sexo sin pudor, la que viste con chándal y zapatillas, la que ve Fast and Furious y lleva una camiseta de Kill Bill, la que es “uno más de la pandilla”, la aventurera, la soltera promiscua, la que no no es como las demás. La amiga. Pero no os vayáis a creer ni por un momento que las Aryas lo tenemos más fácil. No, señor. Porque molamos, molamos mucho, pero como amigas, pero si somos hijas o parejas nos ridiculizan por nuestros comportamientos “masculinos”. Por no maquillarnos nunca o no taparnos las canas. Por ser unas zorras. Por decir tacos. Por beber demasiado. Todo eso que tanto os mola en la amiga, ya no será válido en una pareja. Y la Sansa se siente mal por no ser Arya. Y la Arya se siente mal por no ser Sansa. Y al odiarse entre ellas olvidan al verdadero enemigo.

Por supuesto, la realidad nunca es tan dicotómica y entre estos dos opuestos existe un amplio espectro que abarca cientos de personalidades. En este mundo tan cruel en el que parece que hay que elegir entre encajar en lo que se espera de ti (Sansa, la más deseada) o ser la que rompe los moldes (Arya, la heroína molona), nosotras somos las del medio. Sobrevivimos haciendo equilibrios entre esos dos extremos y, sobre todo al principio, conseguimos salir airosas, tanto de la competitividad con otras, como del juicio del patriarcado. Porque qué guay la chica mona a la que le gustan Tarantino y Marvel. Qué guay que no soporte las comedias románticas pero le encante cocinar, qué guay que sea tan femenina, pero haga Kick Boxing. Luego nos conocéis de verdad. Y resulta que no somos lo suficientemente Sansas, ni lo suficientemente Aryas. Y hacemos nuestra vuestra decepción y nos caemos de esa cuerda en la que hacíamos equilibrios. Y es una caída que duele. Porque no queremos tener que elegir. No queremos ser Sansa. No queremos ser Arya. No queremos odiar a Sansa, ni a Arya; ni a la madrastra, que se ocupa de los hijos de su marido como si fueran propios, ni a la más popular del instituto, que resulta que es la que saca las mejores notas. Queremos ser y que nos dejéis ser.  

«No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas».

Mary Wollstonecraft.

PD: cuando decimos que el feminismo también beneficia a los hombres, no es una estrategia para ganar adeptos y arrastraros al “lado oscuro”. Es la pura verdad. No es la prioridad número uno del feminismo, que bastante tenemos con lo nuestro, pero sí un efecto colateral harto beneficioso para la salud mental de los hombres. Porque esta lucha de la que hablo en el artículo la sufren también todos aquellos hombres que no cumplen con los estándares masculinos tradicionales. Su masculinidad es puesta en duda si no participan de ciertos rituales y son ridiculizados usando insultos misóginos y homófobos, porque incluso en este “otro lado”, nosotras (y todo lo que tenga que ver con la idea de feminidad) somos el insulto. Pero como esto no lo he vivido en mis propias carnes, prefiero que seáis vosotros quienes lo contéis. Mientras tanto seguiré defendiendo cosas que ya deberían estar más que superadas, como que suponga un shock que a mi primo pequeño le guste tanto el color rosa o pintarse las uñas, como jugar al fútbol y cazar bichos. No olvidéis que juntos somos más fuertes.