La Línea de Fuego

La madre del fotoperiodismo: Margaret Bourke-White

La llamaban Maggie La Indestructible y fue la primera mujer corresponsal de guerra, la primera a la que se le permitió trabajar en zonas de combate durante la Segunda Guerra Mundial y la primera mujer fotógrafa en nómina para la revista Life. Margaret Bourke-White nació en el Bronx un 14 de junio de 1904, aunque después se criaría en Nueva Jersey y pasaría por seis universidades.

Fue en la de Columbia en la que se especializaría en fotografía, su gran pasión y la disciplina que marcó el oficio que desarrollaría durante toda su vida: el fotoperiodismo. Tomó el apellido de su madre, Bourke, anteponerlo al de su padre, White, y bajo ese nombre firmaría algunas de las fotografías más icónicas del siglo XX.

Comenzó su andadura con la fotografía arquitectónica, que combinaría con la de todo tipo de avances industriales. Y es que sería precisamente la industrialización uno de los ejes de su trabajo fotográfico. Tanto fue así que su forma de ver esta industrialización de principios de siglo conquistó tanto a los representantes del capitalismo como del comunismo y en 1930 sería la primera fotógrafa occidental a la que la URSS dejó fotografiar su industria.

Tanto incurriría en la Unión Soviética que incluso llegó a fotografiar a Stalin. «Me dije a mí misma que no podía irme de allí sin una foto de Stalin sonriendo. Pero, cuando le vi, me dio la impresión de que su cara estaba esculpida en piedra. No pensaba mostrar ningún tipo de emoción. Me volví loca tratando de conseguirlo: me tiré al suelo y adquirí todo tipo de posiciones absurdas tratando de conseguir un buen ángulo. Stalin observaba mis esfuerzos y finalmente esbozó algo parecido a una sonrisa, así que conseguí mi foto.”

En 1936 pasaría a formar parte del elenco de fotógrafos de la revista Life tras su cambio editorial a cargo de Henry Luce. El primer número de la famosa revista tras este cambio, el 23 de noviembre de 1936, llevaba en portada un reportaje sobre la construcción de una presa que constituiría la mayor central eléctrica del oeste americano. La fotografía de portada la firmaba Margaret, sentando así las bases de uno de los géneros fotográficos más influyentes en el fotoperiodismo: el ensayo fotográfico.

Fue después, en la primavera de 1945 cuando desempeñó uno de los trabajos más difíciles de su carrera, más incluso que fotografiar a los apareceros empobrecidos del sur de Estados Unidos tras la gran depresión. Viajó a Alemania junto al general George S. Patton y allí dejó constancia de los vestigios de la Alemania nazi en el campo de concentración de Buchenwald. «Usar una cámara era casi un alivio. Esta interponía una ligera barrera entre el horror delante de mí y yo misma», diría Bourke-White. Estas fotografías llegaron a usarse como prueba en los juicios contra crímenes de guerra.

Sin embargo, las fotografías de Maggie la indestructible no estuvieron exentas de polémicas, críticas y detractores. Hubo quien enarboló que estaban manipuladas porque Margaret pedía a los protagonistas de las imágenes que posasen de determinada manera, o quien dijo que eran demasiado crudas para mostrar una realidad que, quizás, era demasiado incómoda de ver.

«Aun con lo difícil del trabajo del fotorreportero, es algo que un corresponsal de guerra debe realizar. Estamos en una posición privilegiada, aunque no siempre feliz. Vemos una gran parte del mundo y nuestra obligación es mostrarlo a los demás», argumentaba ella.

Sea como fuere, tras la Segunda Guerra Mundial Margaret se interesó por la campaña de no violencia que impulsó Gandhi, llegando incluso a fotografiarle horas antes de morir en una imagen que quedaría para la posteridad.

El parkinson a una temprana edad la obligó a apartarse de la fotografía, pese a que se sometió a operaciones experimentales que lograron ralentizarlo pero hicieron que perdiese el habla. Moriría el 27 de agosto de 1971, cuando contaba con 67 años de edad. Detrás de ella dejó innumerables fotografías que han pasado a ser un legado para la humanidad y la certeza de que este oficio no siempre es bonito, pero siempre tiene su recompensa.