La Línea de Fuego

Dacia Maraini y su cuerpo feliz

Me preguntas qué quiero decir con cuerpo feliz. Pues un cuerpo fértil, capaz de parir hijos, pero también de tener pensamientos y deseos, proyecto y sueños. Un cuerpo capaz de ser feliz y de dar felicidad.

Decenas de cuerpos felices esperan en una sala de la Embajada italiana en Madrid para escuchar a Dacia Maraini, el cuerpo feliz por excelencia. La autora no se hace esperar y empieza pronto a hablarnos de Cuerpo Feliz. Mujeres, revoluciones y un hijo perdido (Ed. AltaMarea) una obra en la que Dacia hace un repaso por la historia de opresiones patriarcales y revoluciones feministas. Esta historia se la cuenta a Perdi, el hijo que abortó cuando estaba ya de siete meses.

«Quien lee un libro, lo reescribe» es una de las primeras cosas que nos dice Dacia en su lengua materna, la italiana. Por eso hoy, voy a hablaros del cuerpo feliz reescrito que mi propio cuerpo ha creado después de leer esta maravilla.

A través de una narración simple y tierna, una narración, a fin de cuentas, que va para ese pequeño Perdi, Dacia nos habla de todo, nos habla de las diosas matriarcales, de la imposición de la religión monoteísta que nos ha llevado a una religión del padre y que ha propiciado el traspaso del poder de dar vida que pasa de madres a padres con la sociedad patriarcal. Se empieza a concebir a la mujer como mero receptor, como vasija que da calor a la semilla del padre, al semen, el auténtico creador de vida en este mundo patriarcal.

Del matriarcado al patriarcado

Este traspaso de poder, que no ha sido pacífico sino que ha sido arrebatado a las mujeres, lo experimenta Dacia en su propio cuerpo, por aquel entonces, infeliz, cuando sufre el aborto de su hijo de 7 meses y tiene que escuchar como los profesionales sanitarios hablan de ella y de su Perdi como si ninguno de ellos estuvieran allí. Como si el pobre cuerpo de Perdi tirado al cubo de la basura no escuchase. Como si Dacia no sintiese a ese hijo perdido.

No se celebra un funeral con un aborto, aunque sea sietemesino – oí que decían. Pero a mí me daba igual el funeral. Yo sabía que aquel niño velludo con las manos abiertas, las uñas rosadas, iba a permanecer conmigo a pesar de la muerte, el cubo de la basura, los cirujanos, las monjas.

Lo que podríamos calificar como «el paso del matriarcado al patriarcado» está también legitimado en el mundo simbólico gracias al mito de Orestes. Orestes asesina a su madre y cuando va a ser juzgado por haber atentado contra la mujer que le ha dado vida el se defiende señalando que el verdadero poder de dar vida reside en el padre: «Orestes justifica este cambio de paradigma, la vida es el semen del padre, la madre solo es una vasija, no crea la vida, solo la conserva».

Así empieza Dacia contándole a Perdi cómo hemos llegado hasta aquí, como nos han arrebatado ese poder y como se nos ha relegado a un segundo plano en la sociedad patriarcal. Como, por no dejar de decirnos que somos culpables de todos nuestros males, hemos terminado creyéndonoslo.

El problema es que, a fuerza de sentir que les atribuyen culpas lejanas y profundas, a fuerza de oír que son débiles, sometidas, irracionales, irresponsables, negadas para el rezo y el arte, las mujeres han acabado creyéndoselo.

Tu cuerpo es un campo de batalla

Me ha parecido especialmente impactante ese momento en el que Dacia decide hablarle al Perdi adolescente, un macarrilla que ha generado un odio misógino hacia las mujeres a las que solo considera cuerpos sexuados que están ahí para aniquilar al hombre gracias al deseo sexual. Para Perdi, las mujeres somos una suerte de femme fatale a las que hay que someter con violencia en el sexo.

Aquí, la autora intenta mostrarle que esas compañeras adolescentes a las que odia solo están hipersexualizando su cuerpo para entrar en el juego patriarcal. Pues, ya sabemos, que a las mujeres en este mundo solo se nos valora por nuestro cuerpo. Este cuerpo deja entonces de ser feliz para pasar a ser un cuerpo de mujer acorde a los cánones machistas y patriarcales. La única forma de sobrevivir que encuentran muchas mujeres en este sistema.

Lo peor que le puede pasar a una mujer, Perdi, sígueme, es sentirse identificada con el sistema ideológico del patriarcado, hasta el punto de considerarse, con placer y vanidad, una presa codiciada, un objeto de deseo, una propiedad que alguien tiene que custodiar.

Maraini analiza como la sociedad patriarcal a lo largo de la historia a alejado a las mujeres del conocimiento, dejándoles como único medio para prosperar en el mundo su propio cuerpo. Reivindica aquí la labor de las místicas, esas mujeres que dejando a un lado su cuerpo apostaron por el conocimiento, aunque fuera recluidas en conventos. No sin añadir una critica a lo deshumanizado que resulta separar entre cuerpo e intelecto: «las mujeres renunciaban a su cuerpo por la intelectualidad, pero no era una elección, era una imposición» y, añade: «elegir entre cuerpo y aprendizaje es un cuestión de clase», pues las nobles si que tenían acceso a algunos conocimientos (siempre cosas aptas para las damas según la óptica patriarcal).

Genealogía feminista

Este libro y esta autora me han transportado hasta el pensamiento de la diferencia sexual italiano donde, su máxima exponente, Luisa Muraro, plantea la creación de un orden simbólico femenino y feminista en el que rescatemos a nuestras referentes, entre ellas, las místicas, para así crear nuestro propio poder simbólico.

No es casualidad que mi lectura me conduzca hasta este pensamiento ya que la propia Dacia Maraini señala al final de la obra, cuando, por unas páginas, deja de hablar con Perdi y habla con esa amiga que reniega del feminismo, la siguiente recomendación: «si en cambio quieres leer algún texto del feminismo clásico moderno, ahí tienes a Luisa Muraro con El orden simbólico de la madre«.

Dacia Maraini crea en este libro un verdadero cuerpo feliz que se ha erigido gracias a todas las mujeres que han llevado a cabo revoluciones feministas. Porque debemos mantener en nuestro pensamiento toda la genealogía feminista para que el cuerpo y el pensamiento puedan crecer, por fin, unidos y felices.

Un cuerpo feliz no puede desligarse de un pensamiento feliz. Pero ¿cuántos cuerpos crecen felices?