La Línea de Fuego

De qué hablamos cuando hablamos de escribir

Yo quería ser escritora. Supongo que como la mayoría de todos los que nos metemos a este digno oficio de juntar letras y contar historias. Tuve la suerte – o no- de acabar periodista. Y más por azar y cabezonería que por otra cosa, en una entrevista con algún escritor, cuando le pregunté por qué lo hacía, que acabé preguntándome a mí misma por qué escribía.

Siempre he tenido claro que en esta profesión lo que importa no es la voz del que escribe, sino del protagonista de la historia, que casi invariablemente es otro. Ahora bien, ahí se mezcla la querencia de escribir con la necesidad de contar, que son dos cosas distintas. Una cosa es que a ti se te haya metido entre ceja y ceja que tienes que escribir un libro, un artículo o un reportaje sea como sea, y otra muy distinta esa necesidad que te posee cuando llegas a una historia que no deja de darte vueltas en la cabeza porque, joder, tienes que contársela al mundo, aunque no quiera oírla.

Así que diferencié entre dos tipos de voces. Por un lado estaban las voces de fuera, todas esas que te rodean, para bien o para mal, las que sirven como guía en la mayoría de las historias que merece la pena escribir. Por otro, las voces de dentro de mi cabeza que me gritan la afirmación de esa necesidad de contar. Si no es para que este sea un lugar mejor, al menos para  intentarlo. Para que alguien que está pasando por una situación difícil sepa que otros también lo han hecho y que no está solo, que se puede salir. O para quien no necesita más las cosas más sencillas, como un buen relato o una historia con final feliz de esas que te inundan los ojos de lágrimas.

Porque escribir no es solo juntar letras y palabras y formar oraciones con más o menos sentido. Al final (o al principio) no deja de ser un acto de compartir. Porque normalmente el escribir, aunque es un ejercicio que se suele practicar en soledad, no está hecho para quedarse en el ostracismo. Por eso siempre digo que el mérito de todo lo que escribo no es mío. Firmo por responsabilidad ante lo expresado, no por las palmaditas en la espalda. La verdad es que siempre he tenido claro que en cuanto junto las letras, el texto deja de ser mío -si es que alguna vez lo ha sido- para ser del otro. De quien lo necesite y por quien se ha creado. Cuando hablamos de escribir, hablamos de una libertad que probablemente pocas cosas más en este mundo puedan darte.

Al final, cuando hablamos de escribir no hablamos de que nos tiren rosas, hablamos de quitarnos las espinas.