La Línea de Fuego

«Hablar por Hablar» y la magia del teatro

Hablar por Hablar teatro

Por Ana Rodríguez (AnaRodriguez_24)  y Pablo Rubio (@PabloRbNv) //

La soledad de una persona no es más que su miedo a la vida. Así pensaba el dramaturgo estadounidense, Premio Nobel de Literatura y cuatro veces ganador del Premio Pulitzer, Eugene Gladstone O’Neill.  ¿Es la soledad el motivo por el que uno es capaz de llamar a la radio y contar a miles de personas lo que nunca ha sido capaz de desvelar a nadie? Probablemente sí. La necesidad de ser escuchados nos acompaña desde el instante en el que comenzamos a vivir.  En un mundo en el que cada vez son más las personas que se sienten solas rodeadas de «desconocidos», es muy complicado satisfacer este anhelo.

Bajo esta premisa, a principios de la década de los noventa, nacía en Radio Barcelona bajo la dirección de Gemma Nierga el programa Parlar per parlar. Casi tres décadas después Hablar por Hablar continúa manteniendo su esencia. Cuando llega la noche, es inevitable ponerse a pensar. En nosotros, en quienes nos rodean, en nuestros sueños o nuestros fracasos. Asumir nuestra realidad no es algo sencillo. Es por ello por lo que cada madrugada son muchas las personas que reúnen la valentía suficiente para llamar a la radio e intentar buscar a alguien que los escuche. Porque sí, muchas veces sólo necesitamos saber que no estamos solos para encontrar la respuesta a nuestros problemas.  Es la magia de las ondas.  Es la esencia de la radio.

Son miles y miles las personas que durante estos casi treinta años han encontrado en las ondas una manera de escuchar su propia voz. Para escucharse a sí mismos. Esta es la filosofía del programa de radio Hablar por Hablar; programa que el director de teatro Fernando Sánchez Cabezudo ha llevado a los escenarios.  A lo largo de las casi dos horas que dura la obra de teatro, Antonio Gil, Ángeles Martín, Samuel Viyuela González, Carolina Yuste y Pepa Zaragoza se convierten en distintos personajes que cuentan sus historias desde el otro lado del teléfono.

En la cabina de locución, escuchando, están las tres conductoras del programa, muy bien interpretadas. Se van intercalando en su puesto igual que las historias, sin que la obra pierda ritmo. Los diálogos nos sitúan y nos guían, pero también los silencios; los elocuentes silencios que, de madrugada, son aún más expresivos.

¿Con qué relato quedarse? Nos estaríamos engañando si quisiésemos responder a esta pregunta. En el teatro por la tarde o en la radio de madrugada, cada cual recibe las historias de forma diferente. No es que no se pueda destacar una: es que no se nos cuentan para ser comparadas o para destacar unas sobre otras. Cada una de ellas tiene valor por sí misma. Fluyen, una detrás de otra, igual que las olas en la orilla. Una nos envuelve suavemente en un manto de ternura. Otra nos golpea con toda su crudeza. Otra nos divierte, nos hace cosquillas en algún lugar dentro de nosotros. Puede que nos reconozcamos en alguna. E incluso, quizá nos entren ganas de llamar nosotros mismos al programa y contar al mundo nuestra historia. Al fin y al cabo cada programa de radio es una lección de humanidad; lección que los intérpretes de esta obra han sabido transmitirnos a través de sus palabras, de sus pausas y sus silencios. Porque mientras sigan existiendo la radio, siempre existirá una persona al otro lado de las ondas que necesite – de una forma u otra – ser escuchada.