La Línea de Fuego

Mónica Bernabé: “El burka en Afganistán puede ser una prenda de protección porque te confiere anonimato”

Por Rocío Alcántara (@Ro_alcsan)

Mónica Bernabé viajó por primera vez a Afganistán en el año 2000, durante la época talibán, para visitar un campo de refugiados afganos en el país vecino, Pakistán. A su vuelta a España, creó una asociación en Barcelona de ayuda a las mujeres afganas (Asdha) y en el año 2007 volvió a Afganistán para establecerse como corresponsal hasta 2014. Bernabé se ha convertido en la única periodista española que ha estado en Afganistán de forma permanente durante tanto tiempo y una de las que más veces se ha empotrado con las tropas estadounidenses.

En su primer viaje a Afganistán, entró con visado de turista pero se hizo pasar por afgana. ¿Qué tuvo que hacer?

Aunque para entrar ellos sabían que éramos extranjeras, una vez en Kabul nos vestimos con el burka y visitamos diferentes escuelas. Entonces la educación estaba prohibida para las mujeres y para las niñas, pero existían escuelas clandestinas. Fuimos a diferentes escuelas en casas particulares, donde enseñaban a escondidas a grupos de niñas a leer y a escribir. Esto pudimos hacerlo gracias a que debajo del burka no se sabe quién eres, si eres extranjera o afgana.

Usted ha comentado en otras ocasiones que ha vestido el burka varias veces, no solo en este primer viaje. ¿Qué opina sobre su uso?

Yo creo que se habla mucho del burka por desconocimiento. Yo nunca me he encontrado con ninguna mujer afgana que me diga que el burka es su problema, al contrario. El burka en Afganistán puede ser una prenda de protección porque te confiere anonimato. No se sabe si eres guapa, fea, joven o vieja. En un país con un machismo extremo y con una impunidad institucionalizada, el burka confiere protección. En Kabul, donde hay más seguridad, el uso del burka es más reducido, pero en cuanto sales de la capital la mayoría de las mujeres lo visten. Además, todas las mujeres cuando viajan por carretera en el país siempre lo llevan, incluida yo. Cuando me he puesto el burka ha sido porque he tenido que hacer desplazamientos por carretera en Afganistán, simplemente por eso, por razones de seguridad.

¿Cuáles fueron sus sensaciones como mujer la primera vez que viajó a Afganistán en el año 2000, bajo el régimen talibán?

Me quedé muy impresionada. Aunque también me quedé en ese momento con una imagen muy superficial que después, a medida que he ido conociendo el país, me he dado cuenta de que era fruto del desconocimiento. Lógicamente me impresionaron las mujeres con burka, también el hecho de que las mujeres no pudieran trabajar… cosas que yo había leído y que pensaba que tal vez se exageraban. Pero vi que no, que realmente era así. Algo que me chocó muchísimo fue ver Kabul, que había sido bombardeado a principios de los años 90, y que en el año 2000 continuaba tal cual, no había sido reconstruido. Yo entonces había estado en países pobres, pero es muy diferente estar en un país pobre que en un país destruido por la guerra. Me sorprendió ver cómo la gente continuaba viviendo en una ciudad con los edificios hundidos.

¿Qué evolución ha visto desde aquel primer viaje hasta ahora?

En cuanto a la sociedad, la situación de las mujeres obviamente no es igual a la que había en la época de dictadura talibán. Sobre todo han ganado en la participación en la vida pública y ahora, en teoría si no quieren llevar el burka no lo llevan, aunque por razones de seguridad se lo ponen. En teoría las niñas y las mujeres pueden estudiar, pueden tener acceso a la asistencia médica, pueden trabajar, hay mujeres en el Parlamento… En teoría hay participación de la mujer en la vida pública. El problema es que hay una impunidad generalizada en todo el país.

¿Por qué existe esa impunidad generalizada?

Tras la invasión soviética, los grupos fundamentalistas, muyahidines, que fueron armados y financiados por EEUU empezaron a luchar entre ellos para hacerse con el control de Afganistán. Fue entonces cuando se arrasó Kabul.  Cuando hablas con los afganos ellos te hablan de esa época como la más negra del país. Bombardeos indiscriminados de población civil, violación de mujeres, robos de casas…

Ante la situación de descontrol aparecieron los talibán, que eran unos integristas totales, pero en las zonas que ellos controlaban al menos había orden, porque ellos decían “a quien robe le cortamos la mano”. Y ya está. Ante esa situación de caos, a la población afgana tampoco es que le gustasen los talibán, pero los preferían porque, al menos, podían vivir una situación de paz en comparación a la época anterior. Cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos recurrió a los muyahidines, esos que arrasaron Kabul y mataron a mucha gente, para hacer caer el régimen talibán. Les dieron armas y éstos les ayudaron a acabar con los talibanes. Después de aquello, los muyahidines pidieron tener poder como recompensa por su colaboración y la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, vio esto como el mal menor. Esta gente es la que está ahora en el poder en Afganistán, controlando el Gobierno y el Parlamento. Es como si después de la Segunda Guerra Mundial hubiéramos colocado a Hitler a reconstruir Alemania. Y realmente es así, porque los personajes que están ahora en el Gobierno y en el Parlamento son personajes tan conocidos en Afganistán como lo fue Hitler en Alemania, y que han hecho brutalidades que los convierten en criminales de guerra.

Entonces, cuando hablamos de la situación de las mujeres, sí se han aprobado leyes a su favor. Por ejemplo, una ley contra la violencia doméstica. Hasta el año 2009 si un hombre pegaba a su mujer en casa no se consideraba delito. Pero, ¿esa ley quien la cumple? Absolutamente nadie, porque si tienes como vicepresidente en el gobierno afgano a un tipo que a principios de los 90 mató a tanta gente, ¿tú crees que le va a importar esa ley? No es que no se cumpla esa ley, es que no se cumple absolutamente nada.

¿Cree que llegará un momento en el que se consiga una total aplicación de estas leyes que se han conseguido a favor de las mujeres desde la caída del régimen talibán?

Yo no sé qué va a pasar en Afganistán, pero por desgracia me he vuelto muy pesimista estando en el país. Creo que se perdió una oportunidad de oro cuando cayó el régimen talibán, porque realmente la población afgana tenía muchas ganas de cambio, y recibió a las tropas internacionales con los brazos abiertos. Pero en el momento que pusieron a los muyahidines en el poder no entendieron nada, porque la comunidad internacional venía con un discurso de “vamos a defender los derechos humanos y la democracia” y se aliaron con gente que había matado a miles de afganos y afganas. Realmente la población no entiende absolutamente nada de esto. Ahora difícilmente va a ocurrir un cambio. Afganistán ya no interesa a la comunidad internacional. Si no vuelve a haber una nueva guerra entre diferentes facciones como ocurrió a principios de los 90, tendremos suerte.

De hecho, tres líderes muyahidines formaron el 1 de julio una coalición en contra del presidente afgano, a pesar de que ellos mismos forman parte del Gobierno. Y cada uno tiene sus propias milicias, por lo que se puede iniciar una guerra entre las diferentes facciones en cualquier momento, como ocurrió en los 90. La única diferencia es que ahora hay algunas tropas internacionales en el país, pero el número es mínimo, son unos 8 mil efectivos.

¿Cuál es la reacción de la población en la actualidad ante las tropas internacionales?

En un principio hubo esperanza. Pero toda la corrupción que hay en Afganistán es porque estos señores de la guerra que están en el poder se han enriquecido, y lo ves claramente en Kabul, donde se han construido macro mansiones. La gente ve claramente que se están enriqueciendo. Entonces la reacción de la población a lo largo de estos años ha sido de rabia hacia los extranjeros, no solamente hacia las tropas, sino hacia todos los extranjeros. No entienden que hayamos estado apoyando a todos estos criminales de guerra que están en el poder. La prueba es que los extranjeros nos hemos convertido en blanco en todos los sentidos, incluyendo a los civiles. El año pasado empezaron a secuestrar a varios en Kabul y eso provocó una fuga total de extranjeros, ya no ves a ninguno allí. Además, en Afganistán llegó a haber desplegados 150 mil militares extranjeros, ahora hay unos 8 mil. Entonces la situación de seguridad se ha degradado notablemente y la gente echa en falta la presencia de las tropas internacionales.

En relación a la comunidad internacional, cuando ocurrieron los atentados del 11S varios líderes internacionales argumentaron la intervención en el país aludiendo a la situación que vivían las mujeres bajo el régimen talibán. ¿Cree que realmente tenían intención de hacer algo por las mujeres afganas?

No, nunca tuvieron interés en hacer nada por las mujeres. Ni por las mujeres ni por la población afgana. Si hubieran tenido interés, para empezar, no habrían apoyado a estos criminales de guerra. En Afganistán continúan existiendo los matrimonios forzados y los matrimonios infantiles. Según la Constitución afgana una chica no se puede casar antes de los 16 años y un chico antes de los 18, pero ni el registro de nacimientos ni el de matrimonios son obligatorios. Por lo tanto, la mayor parte de la gente no se registra, lo que supone que ni siquiera sabe la edad que tiene. Y si no saben cuántos años tienen, ¿cómo vas a hacer cumplir la ley? En el tema de las mujeres no se ha querido impulsar realmente un cambio.

Y en cuanto a las prácticas tradicionales que se dan, como el baad (entregar a una hija para saldar un conflicto) o la dote, ¿no hay ningún organismo que regule que no se lleven a cabo?

No. El baad no está aceptado por la ley afgana ni por la ley islámica, pero se cree que estas prácticas tradicionales se basan en el Corán, cuando en realidad son solo tradiciones que se llevan a cabo desde hace décadas. Esto hay que cambiarlo con formación, con educación, y estableciendo normas y reglas. Es decir, si un padre da a su hija en matrimonio para resolver un conflicto tiene que ir a la cárcel. Pero no ocurre nada de esto. En el tema de la dote, ellos consideran que el marido tiene que pagar una cantidad de dinero por la mujer con la que se quiere casar, que es como comprar a la mujer. Entonces ningún padre quiere dar a su hija a cambio de nada porque considera que eso sería regalarla. Yo considero que esto es más difícil eliminarlo con normas, tiene que ser un cambio generacional. Igual que el matrimonio en el país, que es un pacto entre familias. Allí no se dan los matrimonios por amor, la mayoría se conocen el día de la boda. Pero es muy difícil romper con esa tradición, supone una evolución de la sociedad.

Según publicó Human Rights Watch en 2013, la mitad de las mujeres en prisión y el 95% de las niñas en centros de detención juvenil están allí por crímenes morales. ¿Cómo es la reintegración de estas mujeres en la sociedad cuando salen de la cárcel?

Yo no hablaría de reintegración. Una vez que una mujer ha estado en la cárcel normalmente es rechazada por su familia, y más si está por delitos morales. Los delitos morales básicamente implican haber mantenido relaciones sexuales fuera del matrimonio, las hayas tenido o no. En el país si una mujer se ausenta de su casa una noche aparece el fantasma de dónde y con quién ha pasado la noche, aunque la haya pasado en casa de una amiga. Siempre aparece la sospecha de que ha mantenido relaciones sexuales. Muchas mujeres que salen de la cárcel van a parar a una casa de acogida, y una vez que entras allí esa casa se convierte en otra cárcel porque no tienes salida si tu familia no te acepta. El problema es que una mujer no puede vivir sola o con una amiga, siempre tiene que vivir acompañada de un hombre: su padre o su hermano si no se ha casado. Y si su familia no la acepta, su única solución es volverse a casar con otro hombre.

Usted es una de las periodistas que más veces se ha empotrado con las tropas estadounidenses. ¿Permite ser crítico en la labor periodística ir acompañando a las tropas?

Una de las razones por las que me empotraba con las tropas era la seguridad. Llegar a las zonas rurales por mis propios medios era muy difícil, básicamente por el riesgo de secuestros. Con las tropas podía llegar de forma segura. Lógicamente, te intentan vender lo maravillosos que son ellos y lo que están haciendo, pero yo siempre digo que cuando estas empotrada lo más interesante es observar, más allá de lo que te puedan explicar. Cuando yo iba con ellos, los acompañaba a patrullar por los pueblos, y simplemente con ver la reacción de la población local ante las tropas internacionales puedes entender si los afganos de esa zona los reciben con los brazos abiertos o no. Y a mí eso me permitía entender lo que estaba ocurriendo en la zona aunque luego ellos me explicasen otras cosas.

¿Cuál es la situación más difícil que has vivido estando allí de corresponsal?

No sabría que decirte. Lógicamente alguna vez he temido por mi vida. Casi ocho años dan para asustarte mucho. Pero no te sabría decir un momento concreto. Sería la acumulación, la soledad, porque en muchos momentos te sientes sola.

¿Ser mujer ha sido una ventaja para ejercer el periodismo allí o, por el contrario, un

Mónica Bernabé / Fotogafía de Gervasio Sánchez

 hándicap?

En algunos aspectos me la ha facilitado, y mucho, porque es un país muy machista y como mujer me consideran un ser inferior y débil. Entonces a cualquier parte donde iba me daban prioridad. Eso permite que, por ejemplo, te presentes en un Ministerio sin una entrevista concertada y te dejan entrar para que no estés esperando bajo el sol. También pasar desapercibida es más fácil siendo mujer, porque te pones el pañuelo en la cabeza o el burka para viajar por carretera. En este sentido un hombre occidental lo tiene más difícil. También me ayudó para relacionarme con otras mujeres afganas, o para entrar en la sección femenina de los hospitales.

Por otro lado, en la mayoría de lugares públicos solo hay hombres y tú eres la única mujer. Además ellos no entienden que una mujer viaje sola. Una mujer que va sola y se aloja sola en un hotel para ellos es como una prostituta. Luego está el riesgo de abusos sexuales, que yo creo que este riesgo lo tenemos en todas partes, pero en un país donde la impunidad es generalizada y donde si te ocurre algo no puedes llamar a la policía porque posiblemente sea igual de peligrosa que cualquier otra persona, aumenta muchísimo. Es un lugar donde tienes que estar muy alerta.

 

¿Ha vivido alguna situación violenta por ser mujer?

Sí, he tenido algunas situaciones violentas. Una vez fui con un colega periodista a entrevistar a un ex talibán y a mis preguntas no contestó y a las de mi colega sí, pero esto es lo de menos. En alguna ocasión me han dicho “te concedo una entrevista si mantienes relaciones sexuales conmigo”, o también me ha pasado estar en un hostal y que un hombre intente entrar en mi habitación. Como las circunstancias son tan especiales, y hay pocas mujeres que no sean afganas, incluso hasta los hombres occidentales se creen con derecho de intentar mantener relaciones sexuales contigo en Afganistán.