La Línea de Fuego

Las chicas necesitan amor

Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas.

El pasado 2016 Emma Cline revolucionaba el panorama literario con su primera novela llamada Las chicas (Anagrama). No hacía más que leer noticias y post en las redes sociales sobre lo fantástica que era la novela. Estaba deseando leerla y cuando llegó mi cumpleaños, alguien que me conoce muy bien me la regaló.

Sin embargo, no he podido leerla hasta ahora. Casi un año después de tenerla. Había leído tantas cosas geniales sobre Las chicas y sobre Emma Cline que tenía un poco de miedo de que el libro no fuera para tanto, de que el fenómeno literario que se había montado a su alrededor me hubiera creado unas expectativas imposibles de cumplir. Cuán grande fue mi error.

Como todas ya sabéis, en esta novela, Emma Cline nos cuenta la vida de unas chicas que formaron parte de una secta en California (EEUU), la cual se volvió famosa por los brutales asesinatos que cometió. Emma Cline utiliza este escenario para tratar un tema mucho más universal: la dependencia del amor que sienten las chicas.

Varios personajes a través de la novela nos cuentan esa dependencia. Desde Evie, la protagonista, una adolescente que está loca por llamar la atención de los chicos que le gustan pero también de las chicas que admira, como Suzanne, una de la cabecillas de la secta; hasta Sasha, un personaje secundario que encarna la dependencia del modelo de amor romántico.

Cuando leía la novela no podía dejar de compararla con diversas reflexiones sobre el amor que he leído en distintos textos feministas. Kate Millet afirmaba que el amor había sido el opio de las mujeres ya que se había creado una dependencia de las mujeres al amor. Luisa Muraro defendía que la solución estaba en cambiar el amor al hombre por el amor en las relaciones entre mujeres.

Sin embargo, podemos ver aquí cómo no importan tanto a quién ames (hombre o mujer) sino cómo ames. La relación de dependencia emocional que Evie tiene de Suzzane es tan insana como la que Sasha tiene de Julián. Aparece esta pareja de una manera muy anecdótica en la novela para mostrarnos ese modelo de mujer que puede liberarse en compañía de otras mujeres pero que se convierte en una mujer sumisa cuando su hombre está delante. Vemos a una Sasha incapaz de dejar a un novio que la trata como si fuera una mascota. Una Sasha que defenderá siempre a su amado y que hará cosas que no quiere, como enseñarle las tetas a un amigo de su novio, solo porque él se lo pide. Vemos por tanto a una chica que es tan dependiente del amor, que es capaz de renunciar a ella misma para no perder a su novio. Porque cuando la dependencia alcanza estos niveles empiezas a definirte por ser la novia de Julián en vez de Sasha.

Pobre Sasha. Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa de amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como «atardecer» y «París». Y luego les arrebatan sus sueños con una fuerza violentísima; la mano tirando de los botones de los vaqueros, nadie mirando al hombre que le grita a su novia en el autobús. La lástima por Sasha me bloqueó la garganta.

El personaje de Evie madura es la voz de la conciencia, la voz que nos cuenta toda esa dependencia, tanto la sufrida en primera persona como la que es capaz de observar en las mujeres de su entorno. Es la voz de esa mujer que intenta ser tu aliada aun cuando tú sigues presa de la dependencia del amor romántico y patriarcal. Amor que, como vemos, puede darse también entre mujeres.

La relación de Evie y Suzanne es bastante interesante. Aquí podemos ver una dependencia que necesita muy poco para subsistir, basta con una caricia o una mirada de Suzanne para que Evie se sienta especial. Basta con tan poco para que Evie haga cosas de las que no está segura, cosas por las que se culpa tiempo después. Sin embargo, aunque logra reconocer todo eso en el futuro, sigue teniendo ese hilo de dependencia emocional de una Suzanne que hace años que no ve.

También nos habla de todas las chicas del rancho, las chicas de la secta de Russell, todas enamoradas de él, todas harían cualquier cosa por él. Trata aquí Cline el problema de la dependencia emocional de las mujeres a nivel grupal. En este caso, no es una relación de amor romántico, ni una de admiración por otra mujer, sino que todas sienten amor por un mismo hombre, su «lider». Nos cuenta Emma Cline con este ejemplo cómo las mujeres hemos sido educadas para esperar a los hombres, a que nos llamen, a que cambien, o, simplemente, a que algún día nos quieran. Así, mientras nosotras pasamos la vida esperando por amor, ellos viven.

Más tarde me pregunté si sería por eso por lo que había muchas más mujeres que hombres en le rancho. Todo el tiempo que había dedicado a prepararme, esos artículos que enseñaban que la vida no era más que una sala de espera, hasta que alguien se fijara en ti… Los chicos habían dedicado ese tiempo a convertirse en ellos mismos.

Las chicas es feminismo en vena, una novela que toca lo que más nos duele: el amor. Que nos muestra esa educación que hemos recibido en el amor solo por ser chicas. Una novela que te hace pensar, que te duele, con la que tienes horas de reflexión y de las que dejan marca. Ninguna buena crítica sobre Emma Cline llegó a contar la grandeza de la obra. Yo tampoco lo he conseguido pues solo la lectura de la misma le hace justicia a Las chicas.