La Línea de Fuego

Mamá, soy escritora

Esta semana leía en el diario El Mundo un artículo titulado Ni influencer ni youtuber: «Mamá, voy a dedicarme a escribir». Picada por la curiosidad, abro el enlace del tweet que lo compartía. «A ver qué hay de nuevo en el tema de los millenials artistas», pienso. Empiezo a leer y, raramente, mi escepticismo se transforma en algo parecido a la aceptación. Pero me dura poco. «Qué tan hasta el coño estoy de esta moda» es lo siguiente que pienso. Paradójicamente. Porque al rato me encuentro escribiendo unas líneas (no sé si acertadas o no, pero tampoco lo pretendo) para explicarme a mí misma quizá por qué me produce tanto hartazgo el tema de los jóvenes queriendo meterse al mundillo del artisteo en cualquiera de sus facetas.

Digamos, en primera instancia, que yo también tengo 24 años, de acuerdo, y que también he querido alguna vez decir aquello de «Mamá, quiero ser artista», e incluso lo he intentado. Que me han dejado leer lo que he querido y, consecuentemente, escribir cuanto he querido e incluso soñar con que algún día alguien me iba a leer. En el instituto hasta me compré una guitarra eléctrica y me apunté a clases, pensando que con empeño cualquiera puede conseguir ser estrella del rock y reina del mambo. Pero no es así.

Confieso -como ya he confesado otras veces- que a mis quince años yo también intenté darle forma a una novelita con demasiadas pretensiones y muy poca chicha sobre fantasía gótica de adolescentes. Que era lo que se llevaba entonces. Antes de todo esto de 50 sombras de Grey y la pseudo poesía a golpe de tweet y exceso de interlineado. Confieso también que a veces he juntado palabras como queriendo hacer versos y también he pulsado el «Enter» cuando me parecía que el verso quedaba demasiado largo, dos veces cuando se me alargaba la estrofa. Y que lo sigo haciendo de vez en cuando si el cuerpo me lo pide y lo cuelgo en un blog para que se pierda en la inmensidad de Internet y así quedarme yo tranquila. Que es lo que se hacía antes cuando guardabas la tapa del cuaderno con esos versos torpes escritos y repasados con el boli Bic en el doble fondo del cajón para que nadie los encontrase.

Soy consciente también de mi falta de autoridad en estos temas -ligado impepinablemente a mi juventud y escasa experiencia-, pero pese a ello tengo una opinión que, por qué no, voy a escribir. Y porque tirando de refranero popular charro, aquí o follamos todos o la puta al río.

Así que en esas estaba, leyendo el artículo de que ni influencers ni youtubers, escritores, pensando que cada vez me parezco más a mis abuelos, pensando que sí, que hay que dar libertad pero no libertinaje y que qué ganas de un carajillo. Leer, evidentemente, es una de las mejores cosas que se pueden hacer en este mundo. No solo no te hace daño sino que, en muchas ocasiones, ayuda a sobrellevar la realidad mucho mejor que casi cualquier otra cosa. Que te cansas de ser adulto, te refugias con Peter Pan, que necesitas huir, le das la mano a Holden Caulfield, te vas de viaje a la Tierra Media o en vez de Química, estudias Pociones en Hogwarts.

De acuerdo estoy en la necesidad de fomentar ese amor a las letras que se ha ido perdiendo en el tiempo y la distancia en favor de las ciencias y la fabricación de adultos que solo son un número más en esas listas interminables de trabajadores en paro, deudores de la banca y delincuentes en potencia antes de saber incluso qué es un delito. También es cierto que siempre se ha leído por obligación, que El árbol de la cienciaEl guardián entre el centeno o incluso Peter Pan siempre han sido lecturas curriculares que han hecho que ese pequeño lector que un día diga «mamá, quiero ser escritor», aborrezca la literatura.También es cierto que los tiempos han cambiado. Que ahora además de en las agendas y las pastas de los cuadernos, escriben (escribimos) en redes sociales, que en cierto modo, para eso están. Y sí, laissez faire, laissez passer. Pero no sé si somos muy conscientes de que los lectores de hoy son los escritores de mañana. Y que, en muchas ocasiones (salvo gloriosas excepciones), estamos dejando que el mañana se adelante a su tiempo.

Efectivamente, Roma no se construyó en un día, ni Cien años de soledad se entienden en una lectura. Mucho menos, se emulan. El problema viene cuando el concepto de escritor se aleja del de oficio. Que alguien le pregunte a García Márquez cuánto tiempo estuvo dándole vueltas a El coronel no tiene quien le escriba, las veces que reestructuró Neruda su canción desesperada o -volvemos a lo mismo- cuántas veces fue rechazada la historia de Harry Potter en distintas editoriales. Desde mi punto de vista -totalmente subjetivo y condicionado por mi alma de viejoven, ahora que se llevan tanto esos términos-, no es que ese joven lector diga «mamá, voy a dedicarme a escribir». Eso lo hemos hecho muchos. Con mejor o peor resultado. Encerrándonos en facultades de Filología o de Periodismo. El problema es que estos chicos digan «mamá, quiero ser escritor» pensando que es como un «mamá, quiero ser influencer». O youtuber. O lo que sea. El problema es que ese joven lector diga «mamá, quiero ser escritor» y que se salte todos los pasos para serlo. Y no me refiero, precisamente, a pasar por ninguna facultad. Para escribir primero hay que leer. Hay que devorar todo lo que encuentres a tu paso. Bibliotecas. Estanterías. Hasta la fallecida guía de teléfonos.

Por supuesto que hay que leer tanto a Lorca como a Marwan, y también a Galdós, a Celaya, a Rimbaud, a Corso, a Manrique, a Homero, a Zafón, a Javier Marías, a Reverte, a Plath a Pizarnik (no vale con solo nombrarlas en los versos, como fantasmas olvidados), a las hermanas Brönte, a Denise Lavertov, a Clarice Lispector, a Patti Smith, a Bob Dylan… Lee. Lee. Lee.

Y luego escribe. Escribe y vuelve a leer. Escribe por necesidad, no por emulación, pero sabiendo lo que escribes. Con una mirada crítica hacia esos de los que aprendes y hacia lo que sale de tu pensamiento. Elige las palabras cuidadosamente. Ahí va un punto. Ahí una coma. Un punto y a parte. Un punto final. Ser escritor no es solo escribir. Es que a ese otro alguien que hay al otro lado de las páginas le llegue lo que has puesto en ellas. Critica y deja que te critiquen. Sólo así se aprende y aprehende (que no se enseña) la diferencia entre querer ser escritor y ser escritor.

Siempre he pensado que para dedicarte a este oficio de vivir otras vidas y hacer que otros lo hagan hay que tener talento pero, sobre todo, una curiosidad infinita sobre lo que te rodea y te da forma. Conocer las reglas del juego es imprescindible. Sobre todo so vas a saltártelas. De la misma manera, siempre que pienso en este tema recuerdo a Bukowski diciendo que Dios creó muchos poetas pero muy poca poesía. Y a mí misma pensando una y otra vez que mundo está lleno de gente con ganas pero sin talento y gente con talento a la que le han quitado las ganas.