La Línea de Fuego

Guía para conductores suicidas

Siempre que te subas al puesto del conductor de un coche piensa en el anuncio aquel que susurraba «¿Te gusta conducir?» con voz seductora e imágenes de carreteras bucólicamente vacías. Saca las gafas de sol de la guantera. Unas buenas. No de esas que deslumbran y hace que veas las luces de cualquier otro color menos el indicado. Si eres un buen conductor suicida, no sabes por qué, pero tendrás la manía de conducir con gafas de sol. Como si fuesen un instrumento de autoconcentración capaz de evadirte de todo lo que no sea la carretera. Quizá porque te da ese toque James Dean de rebelde sin causa, con la ventanilla abierta y el brazo apoyado en ella. Quizá un poco Thelma y Louise. Pero sin tener un sitio a donde huir.

Asiente a la pregunta que todavía resuena en tu cabeza y pisa el embrague. Claro que te gusta conducir. Arranca el motor. Con su rugido te vendrá a la cabeza Sabina preguntando aquello de «¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida?». Pon el intermitente y sal del aparcamiento. Para eso no tienes respuesta. Solo sabes que la dirección no importa demasiado. No a menudo. Después de todo, el parking todavía tiene salida. Pasa semáforos y rotondas. Cambia de primera a segunda marcha a intervalos. «Cuando coges un semáforo en rojo, ya los coges todos así». Eso decía tu madre siempre. Y, por fin, la carretera. Ese sentimiento que escribió Kerouac de no saber a dónde ir, excepto a todas partes.

Enciende la radio y busca algún dial que ofrezca algo más que boletines horarios mal redactados, el sermón del día o canciones con las que bombardean en todas las discotecas. Poco éxito. Sobre todo, a medida que el viaje va avanzando. Te arrepentirás al instante de haberte olvidado el pen drive que habías preparado para tu on the road personal con los temazos apropiados para el viaje y, sobre todo, te arrepentirás de haber alquilado un coche sin reproductor de CD, de la estúpida modernidad y de que ahora ya no puedes parar en una gasolinera a comprar una cinta con música pasable.

Revoluciona el coche una y otra vez para ir aumentando las marchas. Quinta. Adelanta camiones por una autovía cualquiera mientras piensas que deberían subir el límite de velocidad. Ciento veinte no parecen demasiados kilómetros para una hora de conducción sin sentido en una carretera asfaltada hace poco, prácticamente en línea recta, que invita al sueño y a evadir la mente de las líneas discontinuas que separan los carriles.

Decides volver a intentarlo una vez más con la radio. Radio María. Kiss FM. Nada. Algo que cambia según avanzas a toda velocidad por la carretera y de lo que no oyes más que cacofonías. Desiste y apaga la radio con un golpe enfurecido. No sabes cuántos kilómetros has hecho, pero inconscientemente tomas la primera salida que ves hacia una vía de servicio. Aparca en cualquier sitio, estira las piernas y tómate un café. Depende de dónde estés, en taza o en vaso. Después pasea por la tienda de la gasolinera. Chicles. Agua. Da vueltas al expositor de CDs de Camela y Los Chunguitos. Caribe 2000. Canciones de un verano nebuloso que recuerdas como parte de tu más tierna infancia, antes de que llegase la adolescencia y esa necesidad de coger el coche y perderte por la carretera.

Échale un vistazo a la estantería de revistas. Las portadas de los periódicos del día. Ninguna de esas noticias se merece que te gastes un euro y medio en comprar el periódico. Pero ahí hay un mapa de carretera. Cinco euros. Cómpralo. Van a ser los cinco euros mejor gastados de tu vida.

Sal de la gasolinera y ve hacia el coche. Extiende el mapa en el capó y obsérvalo mientras enciendes un cigarro y das la primera calada lentamente. Traza una ruta mentalmente. Da otra calada y olvídala. Entra en el coche y estira el mapa en el asiento del copiloto, sin más pretensiones que que te sirva de compañía. Introduce la llave en el contacto. Arranca el motor. Apaga esa maldita y estúpida radio que sólo hace ruido y no te deja pensar. Abre la ventanilla. Sal de la gasolinera y coge una carretera secundaria. Cualquiera. Canturrea aquello de «I travelled each and every highway». Quizás Sinatra quería contar algo como esta sensación.

Siempre he sido a la vez
tan mujer como para derramar lágrimas de emoción
y tan hombre
como para conducir mi coche en cualquier dirección

Hettie Jones