La Línea de Fuego

Westworld o la cuestión de la conciencia

El pasado mes de octubre, HBO lanzó su nueva serie para amenizar a sus espectadores la espera de Juego de Tronos y, quizá, rellenar un poco ese vacío existencial que dejó True Detective después de la aparatosa caída en picado de la segunda temporada. Así, con unos títulos de crédito propios de la cadena y que recuerdan sin duda a sus grandes producciones, arrancaba Westworld, que transcurre en un futuro próximo donde los humanos se esparcen en su tiempo libre en un parque de atracciones ambientado en el antiguo Oeste, donde los «anfitriones» (androides) se aseguran de que los visitantes den rienda suelta a sus instintos más primarios.

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[A partir de aquí, lo que lean puede contener spoilers. Continúen la lectura bajo su responsabilidad]

Westworld lleva la firma indisoluble de HBO: violencia, sangre, sexo, acudir a los instintos más primarios del ser humano. El placer por el placer. El fin justifica los medios. Máxime cuando desde el otro lado de la pantalla nos miran unos estupendos Anthony Hopkins y Ed Harris. Como para llevarles la contraria…

Tras la aparente cuestión moral de sacar a relucir estos instintos primarios de los que se supone que son más civilizados a través de todo tipo de vejaciones a los anfitriones, se esconde un pensamiento mucho más sórdido. Si ya otros metrajes como Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001) o El Hombre bicentenario (Chris Columbus, 1999) nos hacían reflexionar sobre la diferencia entre los humanos y las máquinas, la trama de los diez capítulos que conforman la primera temporada de Westworld consiguen dar una vuelta de tuerca a estas teorías.

¿Y si esos amasijos de chips y metales que parecen humanos pudiesen en verdad sentir? ¿Y si mantuviesen en su memoria sensaciones y sentimientos de antes de que se les reseteara? ¿Y si tuviesen memoria? ¿Y si tuviesen consciencia y libertad de acción?

Pues precisamente esas incógnitas son las que intentan resolverse a lo largo de estos primeros diez capítulos de la que se quiere instaurar como la próxima joya de la corona de HBO.  Androides que pasan a humanoides y juegos que se van de las manos. Un laberinto. Un misterioso vaquero vestido íntegramente de negro con la cara de un amenazante Ed Harris que busca un supuesto trasfondo más oscuro en ese juego de instintos primarios. Saltos en el tiempo. Una empresa que lo controla todo (con sus accionistas correspondientes, claro, que son capaces incluso de hacer desaparecer del mapa al creador de lo que llena sus arcas) y cuyo nombre, Delos, se pronuncia casi con la solemnidad de aquella Dharma que controlaba la isla de Lost…

westworld4Hablando de Lost, las similitudes entre ambas series me han asaltado capítulo a capítulo. Desde ese principio con la dulce Dolores (Evan Rachel Wood) despertándose en su cama para vivir -un día más- la trama que han creado para ella. Como aquel Jack que se despertaba en la isla. Los secretos, ese representante del bien y del mal, el dios que lo controla todo (¿quién es Jacob?). La volatilidad de la vida y, por ende, la facilidad de la muerte. Secretos. No saber muy bien dónde estamos, que quieren decir los personajes. Esa sensación de que vas a pestañear y te vas a perder un dato importante.

westworld5Todo hasta llegar a un momento en que parece que las incógnitas se disuelven poco a poco. Los androides cada vez tienen más claro quiénes son y que no van a conformarse con ser los blancos de los placeres ocultos de sus visitantes. Nadie escribe su historia sin su consentimiento. La toma de consciencia se hace patente y el espectador cada vez empatiza más con los anfitriones. Quieres que Maeve se salga con la suya, que le cuente a todos lo que son, que pensará cuando llegue, cuando descubran que su mundo es mucho más grande de lo que parece…

Habrá que esperar a 2018 para seguir respondiendo preguntas. Mientras tanto, si todavía no lo han hecho, vean Westworld.

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